martes, 1 de diciembre de 2009

09 LA HISTORIA DE JESÚS DE NAZARET
José Ramón Busto Saiz, S.J.


1. ¿Qué sabemos de Jesús de Nazaret?

Los elementos de la historia de Jesús presentados a continuación son aquellos en que estamos de acuerdo no sólo los creyentes, sino el conjunto de estudiosos que han trabajado su biografía. Es una síntesis minimalista, pero orientadora para la reflexión histórica.

1.1. El primer dato de la vida de Jesús de Nazaret es que nace en Belén o en Nazaret. El tema puede discutirse. Nace probablemente el año 6 de la era precristiana (antes de Cristo). Puede se que no fuera el año 6, pero no nació el año cero (754 de la fundación de Roma, como fijó el monje escita Dionisio el exiguo) , porque Herodes el Grande murió el año 4 antes de Cristo. Hoy todos sabemos la fecha exacta de nuestro nacimiento, cosa que no ocurría en la antigüedad. En el mundo antiguo casi nadie sabía la fecha de su nacimiento, porque no importaba. Por consiguiente, probablemente Jesús tampoco lo conocía. Hijo de María, nació de ella de forma extraña. Los evangelios dirán que fue un nacimiento virginal..

1.2. El segundo dato de la vida de Jesús es haber sido discípulo de Juan el Bautista. Probablemente vivió una larga época de discipulado con Juan en torno a Qumran, el mar muerto y el río Jordán El hecho de que Juan bautice a Jesús nos da a entender que éste fue discípulo suyo, porque el maestro bautiza a sus discípulos. En este período de tiempo con Juan, Jesús fue descubriendo su propia vocación. Es decir, Jesús no sabía de su futuro más de lo que nosotros sabemos del nuestro. Si lo hubiera sabido, no hubiera sido hombre en todo igual a nosotros menos en el pecado (cf. Hebr. 4,15). Jesús fue hombre, por tanto, no sabía lo que le iba a pasar mañana. O lo sabía igual que nosotros cuando tenemos una previsión futura de las cosas que nos van a ocurrir o que vamos a hacer. Jesús empieza a descubrir y responder a las preguntas de toda vocación: ¿quién soy yo?, ¿qué voy a hacer con mi vida?, ¿qué quiere Dios de mí? Es aquí, a la hora de responder estas preguntas, donde Jesús se va a separar de Juan. Como a la larga ocurre con la mayor parte de los discípulos, sea quien sea el maestro, Jesús también deja de identificarse con el suyo, reacciona frente a él y acaba separándose. Jesús no predicará lo mismo que Juan Bautista.

1.3. El tercer dato es la predicación de Jesús: el Reino de Dios es inminente. Juan Bautista predicaba: “la ira de Dios está cerca” (cf. Mt. 3,1-12). Jesús se separa de Juan, se independiza, y predica algo distinto: “el Reino de Dios está apunto de llegar”. Algunos de los discípulos de Juan se unen a Jesús, y éste comienza su predicación por su región, en torno a Cafarnaum, ciudad importante como centro comercial de pesca junto al lago de Galilea. Hoy estamos a años luz de la concepción que la teología liberal tenía de Jesús como un maestro de vida moral. Jesús no predicó un código de virtudes que tengamos que ejercitar. Jesús sólo predicó que la llegada del Reino de Dios era inminente: No desaparecerá esta generación sin que todo esto suceda” (Mt. 24, 34).


2. El mensaje de Jesús: el Reino de Dios

El Reino de Dios es Dios mismo; Dios mismo desde un punto de vista concreto: el de su actuación en este mundo y en esta historia nuestra. La cuestión planteada a los contemporáneos de Jesús, especialmente a los imbuidos de la mentalidad apocalíptica, es si Dios actúa en este mundo y en esta historia o no; y si actúa, cuándo lo hace o lo va a hacer y bajo qué condiciones.

Jesús predica que la llegada del Reino es inminente. Esto quiere decir que la esperada actuación de Dios en este mundo comienza ya, que ya se nota su presencia.

Jesús nunca describe el Reino de Dios. No dice qué es, ni qué significa esa actuación de Dios en el mundo. Por una razón sencilla: todo ello está descrito con suficiente claridad en el Antiguo Testamento. Algo que con frecuencia se oye decir,, hasta en la predicación (que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios del castigo, del temor y de la Ley, y que el Dios del Nuevo Testamento es un Dios del amor y del perdón. El primero que lo sostuvo, Marción, es quizá el primer hereje de importancia en la historia de la Iglesia. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios del perdón y del amor, sino que este Dios del perdón y del amor del Antiguo Testamento empieza a actuar “desde ya”. Que ese Dios está cerca.

Ahora bien, ese Reino de Dios tiene unas características concretas. Creo que tres son las principales. La primera es que el Reino de Dios está vinculado a la persona de Jesús. De aquí va a surgir un punto de conflicto en la vida de Jesús. La pertenencia al Reino de Dios, es decir, el dejar que Dios actúe sobre uno, se vincula a la aceptación de esta predicación que Jesús hace Fijémonos con qué frecuencia aparece en el evangelio la siguiente pregunta de los judíos a Jesús: “Tú, ¿con qué autoridad haces eso?” (Mt. 21, 23-27). Tenemos aquí recogida una realidad histórica sufrida por Jesús, ya que está atestiguada en todos los escritos: la actitud de los judíos que piden a Jesús una prueba que legitime su mensaje como procedente de Dios.
Frente a esa actitud de los judíos está la vivencia de filiación respecto a Dios por parte de Jesús. (Es ésta una pregunta que todo el mundo hace, en cuanto se inicia en el estudio de la persona de Jesús, y que ahora no voy a tratar: ¿sabía Jesús que era Dios? Podemos decir que Jesús sabía que era Hijo de Dios. El hombre Jesús va adquiriendo a lo largo de su vida, cada vez más clara, una conciencia de su relación con Dios, que es una relación de filiación peculiar e irrepetible). En el fondo, ¿por qué sabe Jesús que el Reino de Dios está cerca? Lo sabe porque lo experimenta en su oración, en su relación con Dios. (...)

La segunda característica es que Jesús subraya especialmente un aspecto: que el Reino de Dios llega para todos y llega gratuitamente. Eso, en parte, está ya en el Antiguo Testamento. La novedad de Jesús consiste en que hace una interpretación sesgada del Antiguo Testamento, mientras que otros (por ejemplo, los fariseos y saduceos) lo interpretan también sesgadamente, pero en otra dirección. La idea de Jesús es que Dios nos quiere independientemente de cuál sea nuestra actuación. Eso es lo que significa que Dios es nuestro Padre, que es amor incondicionado. De lo cual no se puede deducir que dé lo mismo cuál sea nuestro comportamiento. Al revés: precisamente porque Dios nos quiere sin condiciones -es decir, también independientemente de lo que hagamos-, es por lo que nosotros nos sentimos apremiados a corresponder con todas nuestras fuerzas al amor incondicionado de Dios.

La tercera característica, consecuencia de la anterior, es que los primeros destinatarios del Reino de Dios, según Jesús, son los pobres. Por “pobres” hay que entender, primero, aquellos a quienes todo el mundo lama pobres, es decir, los que no tienen dinero, los que no tienen para comer, los pobres. ¿Por qué son los primeros? Porque, en la concepción veterotestamentaria, la riqueza es una bendición de Dios, quien es pobre no posee esa bendición. Jesús, en contra de la concepción dominante, afirma que la bendición de Dios, su Reino, esa actuación de Dios que ya está llegando, viene preferencialmente para todos aquellos que parecen estar dejados de su mano.

Pobres son también los enfermos, que en la concepción judía contemporánea no tienen la bendición de Dios. Precisamente por eso están enfermos. Si Dios los quisiera, estarían sanos. Pobres son los marginados de la sociedad, término correlativo al concepto de cumplimiento de la ley. Téngase en cuenta que con mucha frecuencia el pobre está realmente impedido de ser buen cumplidor de la ley, aunque sólo sea por la imposibilidad, por razones económicas, de procurarse todo lo necesario para ofrecer los sacrificios prescritos en la Ley. El hombre que cumple la Ley es el hombre integrado en la sociedad judía; por tanto, el que no cumple la Ley es el desintegrado, el marginado. Pobre es el huérfano menor de doce años, la viuda sin hijos; ambos carecen de “personalidad jurídica”, no pueden ir a un tribunal a reclamar una tierra como suya. Pobres son las prostitutas. Estas, por definición, no cumplen la ley, son mujeres sin marido ni hijos que las representen; son el ejemplo eximio dela marginación. Pobres son los publicanos. Publicano es el que está en el “telonio”. Ahora bien, “telonio” es un término que significa tienda (carpa), con el que los textos lo mismo se pueden referir a la tienda de recaudación de impuestos para los romanos como a la taquilla donde se cobra la entrada en una casa de prostitución. Así pues, los publicanos a lo mejor no son los recaudadores de impuestos, sino los lenones. Fijémonos en cuán frecuentemente aparecen citados juntos en el evangelio los publicanos y las prostitutas.

Una de las parábolas más típicas de las empleadas por Jesús para referirse al Reino es la parábola de los invitados al banquete de bodas (Lc. 14, 15-24; Mt. 22, 2-10). Las parábolas del banquete constituyen una categoría exegética. Todas empiezan: “el Reino de Dios se parece a...”; incluso, quizá alguna de ellas la pronunció Jesús durante alguna de sus comidas con los pobres y marginados. Pues bien, según la mencionada parábola, hay algunos comensales que están invitados por su propio derecho: el pueblo judío, teóricamente cumplidor de la ley. Pero estos invitados no quieren ir al banquete, es decir, rechazan el don gratuito del amor de Dios que es el Reino. Entonces el rey manda salir a los caminos para invitar a todos, tanto a los buenos como a los malos. Todos están llamados ahora al Reino, a disfrutar del amor gratuito e incondicional de Dios. También todos los que no cumplen la ley y todos los que parecía que estaban dejados de la mano de Dios: pobres, prostitutas, pecadores, publicanos, enfermos, hasta los paganos. Todos, todos.


3. La muerte de Jesús: aproximación histórica

Todos conocen los relatos de la expulsión de los mercaderes del templo. Lo tenemos narrado en los cuatro evangelios: Mateo 21, Marcos 11, Lucas 19 y Juan 2. Salta a la vista que mientras que Juan lo coloca al principio, los otros evangelistas lo hacen al final. ¿Ocurrió al principio o al final de la vida de Jesús? Ciertamente, al final. Ciertamente también se nos informa que esa acción de Jesús fue la causa por la que los judíos empezaron a buscar una ocasión para matarlo.

La acusación que se esgrime contra Jesús (Marcos y Mateo) es: “Se presentaron dos testigos falsos que decían `hemos oído que éste dijo: voy a destruir el templo y en tres días lo reedificaré´”. Por tanto, según esos dos evangelistas, la acusación ante Caifás es precisamente la de haber amenazado con destruir el templo.

En los evangelios de Marcos y Mateo, la bula de los judíos en la cruz se formula diciendo: “éste, que ha dicho que podía destruir el templo y reedificarlo en tres días, a sí mismo no puede salvarse”.

Además, en los evangelios de Marcos y de Mateo, y dos veces en el de Lucas, aparece una profecía de Jesús que tiene lugar al subir a Jerusalén Jerusalén está a unos 800 m.s.n.m., asentada en una colina. Desde las colinas de enfrente, los discípulos dicen a Jesús: “mira qué hermosura de templo tenemos...; y Jesús contesta: ¿ven todas esas maravillas?; no quedará piedra sobre piedra (Lc. 19, 44; 21,6 y par.). Hay que tener en cuenta que esto que dice Jesús es una profecía. No es una adivinación. Cuando jugamos la tinka, ponemos lo que creemos que va a pasar, sin que nos comprometa vitalmente. Cuando Jesús dice que no va a quedar piedra sobre piedra, está lanzando una maldición contra el templo. Además, para los judíos, la presencia de Yavé en el templo de Jerusalén es, por decirlo de alguna manera, como el segundo dogma de su religión. El primero es que Dios sólo hay uno. El segundo es que ese único Dios vive allí. Decir que el templo va a ser destruido quiere decir que la casa de Dios va a ser destruida o, dicho de otra manera, que Dios va a dejar de vivir allí. Y, por tanto, Jesús está atacando una verdad fundamental de la religión judía.

Si leemos los Hechos (6,14), al plantearse el proceso del primer mártir cristiano, Esteban, es acusado de haber dicho que Jesús, a quien acababan de crucificar pocos años antes, volvería para destruir el templo, lo que estaban esperando los cristianos. Evidentemente, la profecía de Jesús no se había cumplido todavía.

Un último texto: en el capítulo 21 del Apocalipsis, cuando se describe la Jerusalén celestial, la nueva ciudad, dice: “Ven, te voy a enseñar a la novia, a la esposa del cordero; le mostró la ciudad santa de Jerusalén que bajaba del cielo junto a Dios vestida como una novia”; va describiendo la ciudad, y añade: “y no vi santuario” (Apoc.21,22). Así pues, en la nueva Jerusalén no habrá templo.

En resumen: a lo largo del Nuevo Testamento, tenemos muy atestiguada la unión de estas tres palabras: Jesús - templo - destrucción. De acuerdo con los criterios de historicidad, hay que mantener que Jesús tuvo algo que ver con la idea de la destrucción del templo.

Pero ¿qué hizo Jesús en el templo? En el templo hay un patio. En ese patio se venden palomas y ovejas, animales para el culto. También se cambia dinero. El dinero impuro de los peregrinos que vienen de todo el Mediterráneo es cambiado por dinero puro de su tierra para hacer ofrendas en el templo.

El patio en torno al templo (atrio de los gentiles), está abierto a todo el mundo. Después viene el atrio de las mujeres, donde sólo pueden entrar las mujeres judías. Luego está el atrio de los israelitas, donde pueden entrar los varones israelitas mayores de doce años y, en principio, sin defecto físico y sin impureza. ¿Por qué? Quien es ciego, evidentemente no tiene la bendición de Dios, ¿cómo va a ser digno de presentar la ofrenda? Después viene el atrio de los sacerdotes, y por último el “Sancta Sanctorum”, o Santísimo, donde sólo puede entrar una vez al año el Sumo Sacerdote, en la fiesta de la Expiación.

Cuando Jesús entra en el templo, derriba las mesas de los cambistas y expulsa a los vendedores de palomas y de ovejas, lo que hace es impedir el funcionamiento del sistema cultual judío. Macos dice: “Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el templo... y al atardecer se marchó fuera de la ciudad”. Lo que Jesús hace es un gesto profético con el cual viene a pronunciarse así: este sistema cultual no es el sistema cultual que Dios quiere y, por lo tanto, no pueden seguir ofreciendo a Dios sacrificios de esta manera.

Los evangelistas interpretan lo que Jesús hace, según los textos del Antiguo Testamento: “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos (Is. 56,7); “pero ustedes la han convertido en casa de bandidos” ( Jer. 7,11). Lo más probable es que Jesús no dijera ninguna frase ni citara la Biblia: nadie arrea ovejas citando textos bíblicos (y menos en una extensión de miles de metros cuadrados). Juan cita el Salmo 69,9-10 y Zac. 14,21 libremente.

En estas citas está el nudo de la cuestión. Leer el contexto de Isaías (56,1-7) y Jeremías (7,1-11) nos traen la imagen del Reino de Dios: cuando lleguen los tiempos mesiánicos, los extranjeros y los eunucos podrán ofrecer sacrificios en la casa de Yavé; el verdadero culto a Dios exige que no haya distinción entre judíos ni extranjeros, hombres ni mujeres, entre sanos ni no sanos, es decir entre gente que se supone tiene la bendición de Yavé y gente que no la tiene. Lo que no se puede hacer es haber convertido el templo en cueva de bandidos. Los bandidos no son vendedores ni cambistas, sino los que van a rezar al templo porque así tranquilizan su conciencia después de haber matado, adulterado y oprimido al pobre antes de entrar allí.


(Texto modificado de: Cristología para empezar. Ed. Sal Terrae. Santander)
CRONOGRAMA POSIBLE DE LA VIDA DE JESUS

En base a los datos de los historiadores, sobre los que hay acuerdos básicos de aceptación, podemos establecer el siguiente cuadro. Conviene elaborar una línea de tiempo y tener en cuenta que las estaciones en Palestina son inversas a las nuestras, como corresponde al hemisferio norte:

Fecha aproximada: Acontecimiento:
Año 6 o 5 antes de nuestra era (AC) Jesús nace en Belén o Nazaret
(en tiempo de Herodes el Grande).

....................... [VIDA OCULTA]

Otoño del año 27 Predicación de Juan el Bautista
Invierno del año 28 Bautismo de Jesús
Primavera - Abril del año 28 Pascua en Jerusalén
Verano del año 28 En Samaría
Otoño
Invierno
Primavera del año 29
(Cerca de la Pascua) Multiplicación de los panes
Verano
Otoño - Septiembre del año 29 Jesús en Jerusalén en la fiesta de las Tiendas (carpas)
Invierno
Primavera - Abril del año 30 Ultima cena
7 de abril del año 30 Jesús muere el viernes 14 del mes de Nisán
9 de abril del año 30 RESURRECCIÓN


Las estaciones en Palestina

Meses Referencia (hemisferio sur) Palestina (hemisferio norte)
Septiembre – Diciembre Primavera Otoño
Diciembre – Marzo Verano Invierno
Marzo – Junio Otoño Primavera
Junio – Septiembre Invierno Verano


Los meses judíos del calendario judío son de 28 días, por corresponder al calendario lunar.

08. En qué mundo nació Jesús

08. EN QUÉ MUNDO NACIÓ JESÚS


Jesús nació y creció en un determinado país que tenía su propia lengua, costumbres e identidad. Cuanto más sepamos cómo se vivía en

tonces, mejor entenderemos al propio Jesús.

1. Palestina

El pueblo judío había sido conducido a Palestina, llamada entonces Canaán, en tiempo de Moisés. La conocían como la tierra prometida.

El ámbito de Palestina en tiempos de Jesús se extendía 200 kilómetros de norte a sur y 80 kilómetros de este a oeste. Se necesitaban cinco días para ir andando de Nazaret a Jerusalén; el transporte se hacía con animales de carga, como los asnos, o en carros tirados por bueyes.

Esta pequeña tierra ofrecía una pasmosa variedad de paisajes. Galilea era verde y rica. con perenne arboleda y seguros manantiales de agua. Es difícil imaginar mayor contraste con Galilea que la zona del mar Muerto, con sus desiertos y su calor sofocante, sólo 96 kilómetros al sur. El suministro y las reservas de agua son algo vital. Así, construían las ciudades en torno a manantiales o pozos, y el agua potable o de regadío se conservaba en cisternas y depósitos.


Límites políticos

Palestina estaba fraccionada en varias áreas políticas. Galilea, al norte, era la patria de un cierto número de grupos nacionalistas furiosamente hostiles a la dominación romana. Judea, en tiempos de Jesús, era una provincia de tercera categoría del Imperio romano, gobernada por un procurador de Roma. Samaría constituía una zona dentro de los límites de Judea. Los samaritanos procedían de un tronco judío, pero, en tiempo de Jesús, los judíos los odiaban por sus posiciones religiosas y políticas. Alrededor de estas regiones judías había otros estados políticos, la mayoría de ellos gentiles.


2. La dominación romana

El hecho dominante de la vida política en tiempos de Jesús era que los romanos poseían un control total. Eso significaba que Israel era un territorio ocupado, que pagaba tributos a una potencia
extranjera y era objeto de constante humillación por las fuerzas ocupantes.

El propio Jesús aludió varias veces a la opresión romana. En una ocasión dijo a sus seguidores: A quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos. (Mt. 5,41). Un soldado romano podía en cualquier momento obligar a un ciudadano judío a llevarle su carga una determinada distancia. Ordenanzas de este género suscitaban fuerte resentimiento entre los judíos. Odiaban la ley romana y cuanto ésta implicaba para su modo de vivir.

Recordemos que los Sumos sacerdotes Encarnaban la máxima autoridad: presidentes del Sanedrín y jefes del pueblo. También eran los responsables del Templo y del - --Cumplimiento de la Ley. Eran nombrados por el gobernador romano y pertenecían a las familias más nobles del pueblo.

En los tiempos del nacimiento de Jesús, había en Palestina cuatro principales grupos religiosos y políticos: saduceos, fariseos, zelotes y esenios.


3. Los saduceos

Según se dice, su nombre viene de Sadoc, sacerdote ligado a la historia del rey David y las dificultades de su sucesión (2 Sam 20,26; 1Re 2,12.35). Los descendientes de Sadoc se mostraron como sacerdotes legítimos durante el destierro y cuando la restauración. Lo malo es que, cuando fue tomada Jerusalén, aparecieron otros sacerdotes nuevos que también pretendían ser descendientes de Sadoc. Hubo que hacer genealogía al volver del destierro, sin lograr eliminar por completo a los intrusos.

En el siglo II, cuando la rebelión de los macabeos (cuya historia influye mucho en los tiempos de Cristo), el cargo de sumo sacerdote se convirtió en una fuerza política que los reyes de Siria (Antíoco) quisieron controlar. Las familias se decidieron entre los que aceptaban el poder extranjero y los que lo rechazaban. La guerra general puso en vilo a la población. Cuando la familia sacerdotal de los macabeos (los asmoneos) toma el poder en el 142, se rodea de un grupo aristocrático de sacerdotes y de laicos, defensores de la independencia nacional y de las tradiciones.

Este grupo dirigido por los sacerdotes (llamados entonces hijos de Sadoc) interviene como grupo establecido ya en el siglo II en la vida política, en el entorno del sumo sacerdote (que es jefe de la nación) y en el sanedrín (consejo de notables encargados del gobierno político y religioso). El término de saduceos acabó designando a un partido que se reclutaba en la clase sacerdotal y en la nobleza laica.

Su posición política estaba caracterizada por tres aspectos:
a. Un fuerte conservadurismo, apegado al templo y a las tradiciones antiguas. Los saduceos fomentan una política nacionalista hasta la llegada de los romanos (63 a.C.). Herodes los trata con desdén. Envidiosos de Herodes, chocan también con los fariseos. Herodes disminuye sus poderes, pero los cubre de honores. Se convierten en funcionarios del culto.

b. El poder procura conservarse: hábiles y tácticos, saben abrirse paso hacia el exterior. Por eso acogen la cultura griega, el comercio exterior y las relaciones de negocios; son conciliadores con los romanos (excepto cuando Pilato echa mano del oro del templo). En resumen, su apertura está dentro de la lógica de su conservadurismo.

c. Están alejados del pueblo. Poco numerosos, pero con mucho poder.

Los saduceos en su doctrina son conservadores; se atienen a la fidelidad a las palabras de la Escritura en contra de la tradición oral -por tanto abierta- de los fariseos. Los sacerdotes son para ellos los únicos intérpretes auténticos de la ley. Se oponen a que los laicos interpreten la fe (y los fariseos son laicos). Rechazan la evolución doctrinal como la inmortalidad del alma, la retribución en el más allá y la resurrección (Mt 22,23; Hch 23,8), para defender una especie de vida vegetativa después de la muerte (el seol). Se trata en el fondo de rechazar las tradiciones particulares de todo lo que no está en la Escritura. La tradición no tiene fuerza de ley. Los saduceos aplican un código penal muy estricto. Hay también escribas saduceos.

Escépticos ante los mesianismos populares que corren el peligro de alterar el orden público (Jn 11, 45-53), parece ser que los saduceos fueron los responsables de la muerte de Jesús, a quien tomaron por un mesías político (Jn 19,15).


4. Los fariseos

Son a la vez un partido político y una tendencia religiosa. Su nombre parece ser que viene del verbo parasch (hebr.) que significa separar, hacer rancho aparte.

Al morir Alejandro Magno (323 a.C.), su imperio se dividió entre sus generales. Uno de ellos fundó un reino en Siria, con la capital en Antioquía (hoy Antakya, en Turquía). Uno de sus descendientes, Antíoco Epífanes, quiso imponer a los judíos las leyes inspiradas en la legislación griega. Entonces la gente piadosa, devota de la ley judía, se rebeló, uniéndose a Matatías Macabeo y a sus partidarios.

Al triunfar la rebelión judía, esos piadosos personajes se agruparon en núcleos religiosos y políticos con los escribas (laicos), formando asociaciones encargadas de hacer respetar la ley y el culto. Su influencia fue muy grande por el 135-103 a.C. debido a la cohesión de sus grupos. A partir del año 63 a.C., declina su influencia política, cuando la ocupación romana. Herodes el Grande apreció su influencia y evitó atacarles de frente, dado que sus ideas penetraban incluso entre sus domésticos y cortesanos, y hasta en su propio harén. Sin embargo les impuso el juramento de fidelidad a él mismo y a Augusto. Ante su negativa (un historiador judío del siglo Y calcula que más de 6 000 se negaron a prestar juramento a Herodes el Grande), mató a muchos de ellos. Entonces el poder político pasó a manos de los saduceos hasta la rebelión del 66-70 d.C.; al caer Jerusalén en manos de Tito (10 de agosto del año 70: incendio del templo), los fariseos fueron los campeones del renacimiento de la nación. Escritos después del año 70, los evangelios tienden a confundir a los fariseos con los escriba; se trata de dos grupos distintos, aunque algunos escribas sean fariseos.

Para entrar en la corriente farisea, después de un tiempo de probación que varía de un mes a un año, basta con comprometerse a seguir las reglas de la asociación sobre pureza ritual, ayunos, diezmos y otras costumbres religiosas (Lc 18, 11-12).

Proceden de todas las capas sociales: comerciantes, artesanos, sacerdotes, escribas. Los sacerdotes del templo están muy ligados a este movimiento, ya que desean imponer a todos los judíos las reglas de pureza ritual de los sacerdotes. De ordinario son gente humilde, virtuosa, irreprochable, pobre, desinteresada. Se preocupan de liberar a su pueblo y de ayudar a los pobres; un medio útil de propaganda para ellos es hacer visibles sus gestos de caridad (Mt 6,2).

Su ideal de pureza los lleva a condenar a la nobleza conservadora que sigue a Herodes, los saduceos, debido a la ilegitimidad del sumo sacerdote, así como al pueblo ignorante ( los hombres de la tierra no se muestran a menudo fieles a la observancia de la ley y el pago de los diezmos).

Gozan de gran simpatía y son influyentes en las sinagogas. Pablo fue fariseo (Gal 1,14; Flp 3,5). Podemos comprender su posición social en el siguiente esquema:

Agrupados en asociaciones de diversas tendencias, los fariseos se reúnen en asambleas por pequeños grupos, generalmente para las cenas en común de los viernes. Suelen estar dirigidos por algunos escribas de los más instruidos. Su ideal es hacer de Israel un pueblo santo, como los sacerdotes (Ex 19,6), separado de los pecadores (Lv 11,45). El rigor de sus normas (Mc 7,3-4) les obliga a evitar todo contacto con los pecadores y con toda persona cuya conducta pueda llevar a desobedecer la ley. Al rechazar todas las barreras, Jesús choca con ellos (Mc 2,15-17).

Además de la ley escrita a la que se atienen estrictamente los saduceos, los fariseos aceptan la tradición oral, aunque a veces resulta excesiva (Mt 15,1-20). Pero el hecho de aceptar la tradición oral les permite adaptarse, abrirse. Profesan la igualdad de todos y la libertad del hombre; creen en la inmortalidad del hombre y en la resurrección (Hch 23,6-10). Decepcionados de la familia de Herodes, ponen sus esperanzas mesiánicas en la observancia de la ley; siendo fieles a ella apresuran la llegada del mesías. Los echa a perder su orgullo, su empeño en sentirse justos. Lo saben muy bien los mejores, que distinguen siete clases de fariseos intentando ser los fariseos del amor que tienen como modelo a Abraham. Para ellos no basta con llevar en la frente una cajita de cuero con un versículo de la ley (filacterias) o un versículo apretado en el brazo izquierdo (cerca del corazón); Dios quiere un culto interior, verdaderamente cordial.

Jesús está muy cerca de estos últimos. Lo condenaron en nombre de la autoridad divina que ejercía. Pero los fariseos no están presentes en los relatos de la pasión; esta clase de procesos corresponde a los sacerdotes y a los saduceos.


5. Los zelotes

Esta palabra se deriva del griego y significa lleno de celo (por la ley).

La aparición de este grupo supone dos orígenes muy diversos. Por un lado, hacía tiempo que rondaban por Galilea bandas de atracadores sólidamente instaladas en las montañas. Estos bandidos controlaban incluso los caminos de peregrinación hasta cerca de Jerusalén. Gobernador de Galilea en el 47 a.C., Herodes les hizo la guerra sin cuartel y los exterminó, asegurando así la tranquilidad de los caminos. De ahí viene el nombre de bandidos y bandoleros con que a veces se motejaba a los zelotes.

Pero por otra parte, Galilea fue el lugar de una continua insurrección nacionalista, de tipo extremista y muy rigurosa en el plano religioso. Esta efervescencia crecía ante la creciente compra de terrenos que realizaban los extranjeros y la instalación d poblaciones griegas en las ciudades construidas o restaurada por Herodes.

Siguiendo el estilo de los bandidos, los rebeldes se organizaron el año 47 a.C bajo las órdenes de Ezequías de Gamala contra el poder de Herodes en Galilea. Herodes lo capturó, lo mató y dispersó a sus partidarios. El sanedrín, indignado por la violencia de aquella expedición de castigo y aprobando en parte sus motivaciones religiosa, quiso condenar a Herodes, que no le perdonó jamás esta osadía (después del año 31, Herodes hizo matar a 45 miembros del sanedrín favorables a la antigua familia sacerdotal de los asmoneos).

Cuando murió Herodes el Grande (4 a.C.) y volvió a hacerse un censo en Judea para restablecer los impuestos (las reformas prosiguen del 4 a.C. al 6 d. C., bajo Quirino, legado de Siria), Judas el galileo, hijo de Ezequías se rebeló (Hch 5,37) y se apoderó del arsenal de Séforis; armó a sus huestes y sembró desconcierto por toda Galilea. Algunos lo tomaron por el mesías. Los romanos ayudarán a Antipas a restablecer la calma; Antipas restauró a Séforis.

La agitación no llegó a calmarse por completo. La guerra se fue imponiendo poco a poco. El movimiento nacional se iba exacerbando. El nombre de zelotes aparece en el año 66, pero el movimiento se remonta más arriba. El apóstol Simón el zelote forma parte de ellos (Mt 10,4). Jesús no acepta la ideología extremista de los zelotes (Mt 10,16). En noviembre del año 66, un jefe zelote, Juan, se apodera de Jerusalén; la rebelión se convierte en guerra abierta. Incendian los archivos, sobre todo las listas de deudas.

Nota.- Los Sicarios: viene del latín sica (puñal). Sicario significa asesino. Estos apuñaladores actúan contra Roma sobre todo durante las fiestas y las aglomeraciones de gente (recuérdese a Barrabás: Lc 23,19). El apóstol Judas (algunos relacionan la palabra iscariote con sicario, aunque se trata de una etimología dudosa) habría formado parte de este grupo y habría traicionado a Cristo, desengañado al ver cómo Jesús se negaba a ser el mesías zelote (paga el impuesto, en contra de lo que hacían los zelotes: Mt 17, 24-27).


6. Los esenios
(La comunidad de los manuscritos del Mar Muerto)

Esta palabra, que no aparece en la biblia, parece ser que viene de hasin (hebr.): los (hombres piadosos). Entre ellos se daban el nombre de los elegidos, los santos, los pobres, los hijos de la luz.

Lo que se sabía de los esenios se ha visto muy incrementado con el descubrimiento en 1947 de los manuscritos ocultados en unas cuevas cerca del mar Muerto. Después del 170 a.C., un personaje (el doctor de la justicia) es desterrado por el sumo sacerdote de Jerusalén, jefe del pueblo. Funda entonces la comunidad de Qumrán. El 21 de junio del 68 d.C., los romanos toman Jericó y atacan Qumrán. Ocultan los manuscritos en las cuevas.

En el desierto, cerca del mar Muerto, apartada de los caminos y de las ciudades, alrededor de unos pozos (y de unas grandes cisternas) vivía una comunidad de hombres y mujeres que rechazaban la poligamia, el divorcio y el culto en el templo de Jerusalén (por no haber aceptado el antiguo calendario, los ritos antiguos y por haber cambiado las familias de donde salían los sumos sacerdotes).

Era una comunidad muy jerarquizada: en la cima, los sacerdotes, que tienen todo el poder; luego, los levitas, los jefes laicos y los demás miembros. La obediencia era la condición absoluta de pertenencia al grupo. Los esenios eran unos 4 000; formaban varias comunidades; entre ellos había muchos célibes. En Egipto se instaló una comunidad de ellos (los terapeutas o curanderos) y otra en Damasco.

El jefe, llamado también inspector, tiene entre 30 y 50 años; es el padre de la comunidad. Se le manifiestan las faltas cometidas; acoge a los candidatos e incluye a los nuevos miembros. Excluye a los que no se conforman al reglamento. Los escribas explican la ley.

Esta comunidad espera una liberación militar por medio de un gran mesías justiciero. Purificándola de paganos y de malos judíos, este mesías inaugurará con ella una vuelta al paraíso. Entonces les gobernará un segundo mesías, el hijo de Aarón más importante (o sea, un sumo sacerdote).

La comunidad guarda una fidelidad estricta a Dios, a la alianza, a la ley de Moisés, a los sacerdotes, a las familias sacerdotales tradicionales. Mantiene el antiguo calendario, rechaza cualquier tipo de componendas con la ley y exige a todos una pureza ritual tan grande como la exigida al sumo sacerdote. De ahí las numerosas abluciones.

Los candidatos solicitan el ingreso. Durante dos años son novicios y se van introduciendo progresivamente en la comunidad y obedeciendo a sus reglas. Cuando es admitido, el candidato cede al grupo todos sus bienes. Los desobedientes quedan excluidos temporalmente o de forma definitiva.

El trabajo manual goza de gran consideración. Por la tarde se estudia la Escritura. Son muy importantes las comidas en común.

Su doctrina divide el mundo en dos partes: los buenos y los malos. Los buenos viven para siempre y los malos mueren para siempre. Las faltas personales quedan purificadas por las abluciones en el baño y por el ayuno.

Considerados como personas rigurosas, austeras y decididas, Herodes el Grande no les impuso el juramento de fidelidad, porque su regla les prohíbe jurar.

Los textos de los esenios (los manuscritos del mar Muerto) contienen copias de los libros del Antiguo Testamento, comentarios de los profetas, así como las reglas y las preces de la comunidad. No hemos de exagerar los vínculos entre los evangelios y los esenios de Qumrán; se reducen al nivel de las palabras (hijos de la luz) y al plano de la simpatía que inspira su rectitud. Pero el evangelio rechaza su dureza y su concepción de un mesías justiciero: Jesús anuncia el perdón y el amor.

Nota.- El movimiento bautista.- En tiempos de Jesús hubo varios movimientos populares que anunciaban la salvación a todos mediante una inmersión (bautismo) en agua corriente, incluso a los pecadores y a los paganos. Se formaron varios grupos (véase Juan Bautista: Hch 19,1-5) que se extendieron hasta Mesopotamia e Irán:
- bautizan para limpiar los pecados y anunciar la proximidad del mesías;
- rechazan los sacrificios cruentos del templo.




lunes, 17 de agosto de 2009

07. Judaismo

07. JUDAISMO

1. JUDAÍSMO

I. EN BUSCA DE UNA DEFINICIÓN
Parece evidente definir el judaísmo como la religión de los judíos. Pero si preguntamos: ¿qué es un judío?, las cosas empiezan a complicarse. En efecto, si es un habitante de Judea (uno de los estados de la antigua Palestina), no profesa necesariamente el judaísmo. Puede ser hoy cristiano, musulmán o irreligioso. Y si, residiendo en New York o en París, se dice judío, no necesariamente practica la religión judía. Reflexionando sobre la «cuestión judía», Jean Paul Sartre pudo solamente concluir: « Es judío el que se siente y se dice judío». Así, pues, ser judío sería cuestión de subjetividad. Es querer estar ligado con el pueblo que habitaba Judea, y al que Yahvé Dios se reveló.

Originalmente, «yehudé» significaba a la vez: «judeano» (del país de Judá, de la Judea) y «que da gracias a Dios». El judío es entonces el hombre que se reconoce de una tierra y de un Dios, un «reconocedor de Dios». El judaísmo es, pues, la religión de la alianza entre una tierra (santa), un dios, un pueblo. La religión de los que se sienten herederos de esa tierra, escogidos por Dios y descendientes de ese pueblo.

1. La religión de un pueblo
Por consiguiente, no se puede comprender el judaísmo sin conocer el pasado más lejano de ese pueblo, es decir, sin juntar la historia y la geografía.

Este pueblo es el pueblo hebreo. Los hebreos son los descendientes de Heber, un antepasado de Abrahán. Se les llamaba «habiru» o, según la raíz aramea, « ivri », es decir: del otro lado del desierto (árabe sirio).

Pastores, nómadas, erraban bajo la guía de sus patriarcas, desde Caldea hasta Egipto pasando por Palestina. Su origen se sitúa, probablemente, en los años 2.500 a. C., en Mesopotamia, alrededor de Ur, entonces colonia siria.

Uno "de aquellos patriarcas, Jacob, apodado Israel'` («fuerte ante Dios»), es el que les dio el nombre de « israelitas» .
Fijados en Palestina, después de muchas peregrinaciones hoy diríamos migraciones , tras una historia política accidentada, constituyeron dos reinos: Israel (capital Samaría) y Judá (capital Jerusalén). Históricamente, los judíos o judeanos son los súbditos del reino de Judá.

Su historia, muchas veces trágica, no les impidió seguir siendo fieles a la religión de sus antepasados, los hebreos, y hasta a la ciudad en la que habían edificado su primer templo. El judaísmo está por consiguiente íntimamente ligado a la historia de los hebreos. Tanto si han vuelto a la tierra de Palestina como si siguen aún dispersos en la diáspora*, los judíos se adhieren al judaísmo en la medida en que se reconocen herederos de esa historia. El judaísmo es el árbol religioso plantado por Abrahán y por Moisés en Palestina en el siglo XIX y en el siglo XIII antes de nuestra era. Inseparable de una tierra y de un pueblo, es ante todo conocimiento de esa historia.

2. La historia del pueblo hebreo
Es una historia antigua, ya que se remonta por lo menos a Abrahán, cuyo nombre se ha encontrado en tablillas que datan de 2.500 años a. C. Tan sólo los chinos y los indios tienen una historia religiosa tan remota. Esta historia está geográficamente situada, al menos en su origen, en el próximo oriente, en la encrucijada entre Asia y Africa. Más concretamente, transcurrió a lo largo del desierto en un largo ir y venir entre el valle del Nilo, el del Jordán, el del Tigris y el Eufrates.

Esta historia tiene unos arraigos culturales, precisamente en los comienzos entre la civilización egipcia y la civilización caldea; más tarde, entre la persa y la india, y luego entre Roma y Grecia. Su originalidad es una progresiva decantación de las influencias vecinas. Los hebreos, pastores, labradores, nómadas, eran muy similares a los beduinos del desierto siro árabe. Su historia se nos narra en el Génesis.

Es la de la familia de Abrahán, natural de Ur en Caldea, y de las tribus que nacieron de él. Siguiendo la ruta de los pastores, nómades entre la Mesopotamia del norte y Siria hasta que penetraron en Palestina hacia el 1500. Estas montañas y estas estepas estaban pobladas por gente sedentaria cuyo país llevaba el nombre de Canaán. Los hebreos plantaron allí sus tiendas, en el valle de Siquén en las faldas del Hebrón, junto a los pozos de Bersabé y de Shellal, cambiando los productos de sus rebaños con los de las aldeas, adquiriendo campos...

Hacia el 1700 a. C., empujados por el hambre y atraídos por la fama del rico y acogedor Egipto de los hicsos , partieron a instalarse en aquel país. Jacob y sus doce hijos se asentaron en el país de Gosén (cf. Gn 46, 1 7; 47), cuando José, padre de Efraín y de Manasés, ocupaba el cargo de gran visir en la corte del Faraón, e hizo venir a Egipto a Jacob y a toda su familia. «Los hijos de Israel se multiplicaron en Egipto, se hicieron muy numerosos y poderosos, y el país se llenó de ellos».

Luego, una vez muertos Jacob y José, los faraones tebanos suplantaron a los hicsos . Y los hebreos, como inmigrados que eran, se vieron obligados a servir en las duras tareas impuestas por el rey, esclavizados y a veces perseguidos... Uno de ellos, del clan sacerdotal de Leví, salvado de la muerte por la astucia de su madre y educado por la hija del Faraón, recibió el nombre egipcio de Moisés.

En su juventud, habiendo visto a un egipcio golpear a uno de sus correligionarios hebreos, lo mató. Tras aquel homicidio, tuvo que huir y se refugió en la orilla oriental del golfo de Elam, en el país de Madián. Allí vivía otro pueblo, nacido también de Abrahán y de una de sus esposas, Quetura. Moisés se casó con Séfora, hija de Jetró (o Itró), sacerdote de Madián. Y un día, mientras apacentaba el rebaño de su suegro más allá del desierto del Sinaí, el « Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob » le reveló su nombre: YHWH, «El que fue, el que es, el que será y el que hace ser, porque él es». Fue en el monte Horeb, en medio de una zarza que ardía sin consumirse. Yahvé le pidió entonces que volviera a Egipto para hacer salir de allí a los hijos de Israel.

Más tarde, después de las diez plagas de Egipto, habiendo sido heridos mortalmente los primogénitos egipcios, el Faraón permitió a Moisés y a su pueblo dejar el país de Ramsés por Sucot, «en número de unos 600.000 sin contar los niños» (cf. Ex 12, 37). Guiados por una nube de fuego, atravesando milagrosamente el mar Rojo, bebiendo de las aguas desalinizadas de Mara, alimentados por las codornices y el maná caídos de cielo, los judíos llegaron en tres meses al desierto del Sinaí. Y fue allí donde, llamado por Yahvé a la montaña, Moisés recibió sus preceptos, lo que se llama tradicionalmente el «decálogo», o «el código de la alianza» (cf. Ex 19 20; Dt 5)... Siguió un largo viaje que se nos narra en el libro de los Números, la muerte de Moisés en el monte Nebo, desde donde Yahvé le mostró «todo el país, desde Galaad hasta Dan, Jericó y Soar», el paso del río Jordán bajo la guía, de Josué, la conquista de Canaán, la caída de Jericó (cf. Dt 34; Jos 3.6), y en Siló, hacia el 1200 a. C., el reparto del país entre las doce tribus: Aser, Neftalí y Zabulón, el norte; Isacar, Efraín, Dan y Benjamín, el centro; Judá y Simeón, el sur; Gad y Rubén, la Transjordania; Manasés, las dos partes del Jordán. La familia de Leví, la tribu sacerdotal de los levitas, recibió de los demás 48 aldeas y sus pastos respectivos (cf. Jos 13 21).

Esta epopeya de un pueblo, de sus peregrinaciones, de sus destierros, de sus servidumbres, de sus liberaciones y de sus conquistas, constituye una historia santa, es decir, la historia de los encuentros de unos hombres con Dios.

Resume lo esencial de la fe judía:
la revelación progresiva de un Dios único;
sus promesas y su fidelidad, a pesar de las infidelidades de su pueblo;
las alianzas sucesivas de Dios con su pueblo;
la ley que le dio.


II. LA FE JUDÍA
1. Las revelaciones de Dios
Dios se reveló a su pueblo. Esto significa que, sin mostrarse a los hombres, habló con algunos de ellos y les encargó que dijesen quién era.

Esta revelación de Dios es, en primer lugar, revelación de su nombre. Es revelación oral. Dios habla. Es el Verbo. Y los hombres, los patriarcas, los profetas a los que se manifestó, transmiten su palabra. Es la Tradición. Más tarde la pusieron por escrito unos escribas, y se convirtió en el Libro de la palabra, la Biblia.


2. Los patriarcas y las alianzas
Los patriarcas, a los que se reveló Dios, aparecen a lo largo de la historia de los hebreos. Recordar su aventura es ir señalando al mismo tiempo las alianzas sucesivas.

Sin hablar de Adán, puesto por Dios en el « jardín de Edén para que lo cultivara y lo guardara»,uno de los primeros hombres a los que se dirigió Dios fue Noé. Era «un hombre justo, íntegro entre los hombres de su tiempo», y que «caminaba con Dios». Debido a esta «justicia», «encontró gracia a los ojos de Yahvé», que le preservó del diluvio haciéndole construir el arca famosa que encalló en el monte Ararat.

El segundo interlocutor de Dios fue Abrahán . Era el hijo de Téraj, en Ur de los caldeos, de donde «salieron para ir al país de Canaán», pero se establecieron en Jarán, donde murió Téraj.
Fue allí donde Yahvé dijo a Abrahán: «Deja tu país, tu familia, la casa de tu padre por el país que yo te mostraré. Quiero hacer de ti una gran nación, bendecirte y hacer grande tu nombre». Luego, como había hecho con Noé, Dios le dio a Abrahán un signo de esta alianza: la circuncisión de los varones. «La circuncisión de la carne del prepucio será el signo de alianza con ustedes».

El tercer patriarca con el que Dios renovó su alianza fue Moisés. El libro del Exodo narra su historia y sus conversaciones con Dios. Pero fue después de la salida de Egipto, mientras los hebreos acampaban en el desierto del Sinaí, cuando «Moisés subió a Dios» en el monte Nebo y recibió de él el doble signo de la nueva y definitiva alianza: el sábado y la ley.

La revelación mosaica confirma la alianza: «Si respetan mi alianza, serán míos entre todos los pueblos, los convertiré para mí en un reino de sacerdotes y una nación santa». Y le añade tres complementos: el sábado, un código de alianza (Diez mandamientos) y un santuario para los sacrificios.

La alianza es irreversible, eterna. Se la compara muchas veces con la unión indisoluble del esposo y la esposa. «Me desposaré contigo para siempre; tú serás mi desposada por la rectitud y la justicia, por la bondad y el cariño; serás mi desposada en toda lealtad, y entonces conocerás al eterno» (Os 2, 2122).

Para poder ser fiel a esta alianza, el hombre, que es frágil, necesita una perpetua conversión. Necesita periódicamente apartarse de los ídolos para volverse al dios de sus padres. Y periódicamente, Yahvé envía profetas a su pueblo para que su pueblo, repudiando sus pecados, vuelva a encontrar el camino de la paz con su creador.


3. El nombre de Dios
El nombre de Dios es de hecho impronunciable. Le pertenece a él y se confunde con su identidad.
Por eso, durante siglos, el hombre no lo nombró. En las tradiciones más antiguas, se le designa con el término de « El » (Alá), que quiere decir: príncipe, héroe, señor... Ante su aparición, el hombre se postra en tierra, se cubre el rostro, se mantiene aparte so pena de muerte.

Emite una luz tan grande que, cuando Moisés se encuentra con él, su rostro queda iluminado, transfigurado... El pueblo, al pie de la montaña, no lo ve más que como una humareda, no lo oye más que como un trueno. Es que, cuando Dios se aparece, es como una llama en la zarza que no se consume (Ex 3, 2) o en «una nube densa»... «Yahvé habla en el fuego» (Is 66, 15). Su palabra arde.

A través de estas revelaciones, se dibuja la imagen del dios de los judíos:
• El es el totalmente otro.
• Es uno
• Es el creador de todas las cosas
• Es el que se revela progresivamente
• Es el que da la vida
• Es un Dios de justicia
• Es el Dios que libera
• Finalmente, «Yahvé es nuestro padre» (Is 64, 7).


5. La Biblia
Es el libro por excelencia. O más exactamente, la colección de libros sagrados. Son libros testigos de Dios mismo. Escritos por los hombres, son igualmente inspiración del Espíritu de Dios, son la palabra misma, de Dios.

Ciertamente, tienen el estilo de una época y de un lugar; las imágenes, la poesía del oriente antiguo; pertenecen a diversos géneros literarios y están marcados por la personalidad de sus autores. Además, difieren según el ambiente de aquellos a los que van destinados. Por tanto, pueden ser leídos como libros de historia, como testimonios de una cultura pasada, como literatura de un pueblo particular.

5.1. Su composición
La Biblia judía comprende 39 libros clasificados en cuatro grupos de una manera no cronológica :

1. El Pentateuco, así llamado porque está formado de cinco libros que constituyen la ley de Moisés, en hebreo la Torá. Estos cinco libros son el Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio.

2. Los primeros profetas. Esta segunda colección, llamada en hebreo Nebiim richonim, recoge los libros de Josué, de los Jueces, de Samuel y de los Reyes.

3. Los segundos profetas: en hebreo son los Nebiim aharonim, los que vienen a continuación. Hay tres importantes: Isaías, Jeremías, Ezequiel, y luego otros doce, desde Oseas a Malaquías.

4. Los escritos, o Ketubim, que podríamos traducir por «varios» (!). Son los tres libros poéticos de Job, de los Salmos y de los Proverbios; los cinco libros de poesía o sapienciales: el Cantar de los cantares, el libro de Rut, el de Ester, las Lamentaciones y el Eclesiastés; finalmente, Daniel, Esdras, Nehemías y las Crónicas 1 y 2.


5.2. La moral
La fe está centrada por completo en la ley, se prolonga y se encarna en un conjunto de mandamientos que regulan todos los actos del judío creyente. El fundamento de esta moral es desde luego el decálogo de las tablas de Moisés. Pero, a partir del Pentateuco, se le fueron añadiendo una serie de prescripciones relativas a la vida diaria, desde el amanecer hasta la noche, a la alimentación, el matrimonio, los funerales, las purificaciones... Se señalan hasta 613.

También es sabido que algunos rabinos refinan y complican excesivamente estas obligaciones y prohibiciones.

Más simplemente, David enuncia once virtudes: la rectitud, la justicia, la verdad, el horror a la maledicencia, a la malicia, a la injuria, el desprecio por el impío, la estima del justo, el respeto a los juramentos, el préstamo sin interés, la incorruptibilidad. Isaías las reduce a seis. Y Miqueas a tres. Finalmente, Habacuc condensa toda la moral en una fórmula que se ha hecho universalmente célebre: «El justo vive por la fe».

Así, toda la moral está centrada en una trilogía de virtudes: el estudio de la ley, la observancia de los mandamientos y la práctica de la justicia con el prójimo. El judaísmo es la religión de la Torá, es decir, la religión de una ley dada por Dios a Israel, su pueblo. Como toda religión, también el judaísmo se expresa en unos ritos.


III. RITOS Y FIESTAS
Como todo el judaísmo, estos ritos y estas fiestas no se pueden comprender fuera de la historia del pueblo judío.
Ha habido dos grandes períodos, que se ordenan en torno a la existencia del templo. Cuando el templo está en pie, es el sacerdote el que oficia el sacrificio, rito esencial. Cuando ha desaparecido el templo, los ritos se desplazan a la sinagoga, con el rabino y la enseñanza de la Torá.


1. El primer templo
En los antiguos tiempos, el edificio religioso por excelencia es el templo de Jerusalén. Es « la casa de Yahvé». Su construcción se inscribe en una tradición oriental clásica. Es Dios el que le da al rey la orden de construirlo según sus indicaciones. Siguen el relato de la construcción a base de trabajo obligatorio del pueblo, y luego la descripción del templo una vez acabado. Viene finalmente la narración de la procesión que trae a Dios en nuestro caso, la Torá a su morada, en donde recibe el homenaje del rey, de los sacerdotes y del pueblo (cf. 1 Re 5s).

El primer templo fue obra del rey Salomón, el año 971 a. C. Se levantaba en el monte Moria, adquirido por David y en el que habría tenido lugar el sacrificio de Isaac. El director de las obras fue Hirán de Tiro. Su construcción, con madera del Líbano, duró 7 años y movilizó a 170.000 obreros y 3.300 oficiales.

Rectangular, estaba precedido de un patio, en donde se encontraba, delante del pilono, el altar de los holocaustos. La fachada estaba adornada de columnas. Se entraba primero en una gran sala alargada, el hekal, que recibía luz por arriba, gracias a unas claraboyas. Allí estaba la mesa con los panes de la proposición que se renovaban cada día, el candelabro de siete brazos y el altar de los perfumes. Venía a continuación una especie de reducto cerrado, el debir, o Santo de los Santos, es decir, el lugar donde estaba depositada el arca de la alianza. Alrededor, en tres pisos distintos, había diversas habitaciones para los servicios del templo.

Levantado de nuevo por Zorobabel y reconstruido por Herodes, que multiplicó los patios, el templo quedó definitivamente destruido tras el asedio y la toma de Jerusalén por Tito en el año 70 de nuestra era. Hasta su desaparición, siempre parecido a la concepción primitiva, sirvió fielmente al, cumplimiento de los ritos prescritos por el Levítico. Entre ellos, el más importante era el sacrificio.


2. El sacrificio
Es la expresión arcaica de la ley primitiva de todas las religiones. Pero no se le puede separar de la fe fundamental del judaísmo. El Dios de los patriarcas, Dios todopoderoso, creador de todas las cosas, es el propietario del mundo. Todo le pertenece: el universo, la tierra y las criaturas que la pueblan. Todo se lo ha dado a su pueblo, lo cual significa que el hombre tiene que reconocer ante todo este don, esta deuda.
Así, pues, el sacrificio es reconocimiento de una deuda. Es tanto un deber de justicia como un acto de adoración. Por el rito sacrificial, en sentido propio, el hombre judío le da a Dios lo que le debe. Confiesa que no es más que el usufructuario de los bienes que pertenecen a Dios, el administrador del señor del universo.

En su origen, el sacrificio es sin duda humano, como lo demuestra la inmolación de Isaac por Abrahán. Pero Yahvé, después de aprobar su obediencia, le presentó el carnero que, en adelante, serviría de víctima. Moisés confirmó esta sustitución por un animal, y la Biblia habla a continuación de sacrificios de novillos, de cabras, de palomas.Es Yahvé el que aprueba y consagra los acuerdos entre los hombres. Yahvé es verdadero. Yahvé es la verdad. No engaña nunca a su criatura, y no se le puede engañar. Llamándolo por el sacrificio como testigo de la historia de su pueblo, él garantiza que esta historia es también la suya.

Pero quizás haya que recordar los antiguos ritos del tiempo de los patriarcas. Porque son los que explican esta misma creencia. En la época del templo se distinguían dos clases de sacrificios:
- el primero era el holocausto. Sólo tenía lugar en circunstancias solemnes, como el día del gran perdón, con una finalidad concreta, por ejemplo el rescate de los pecados del pueblo. Consistía en el sacrificio de un animal, consumido a continuación;
- el segundo era la oblación, es decir, la ofrenda de un alimento, como pasteles, o de animales. Los restos se reservaban para los sacerdotes. Estas ofrendas marcaban la gratitud por una cosecha, por un nacimiento, por una curación, o el cumplimiento de un voto.


3. La circuncisión
Es un rito esencial, próximo al sacrificio, pero practicado siempre. Como hemos visto, la circuncisión es signo de alianza con Yahvé. Pero señala igualmente la pertenencia del «circunciso» a Dios. Por medio de su circuncisión, el joven varón atestigua a la vez que ha sido designado, escogido por Dios, y que forma parte de su pueblo.

El origen de la circuncisión se remonta a Abrahán, después de que Yahvé le suscitara un hijo por medio de su esclava Agar (Gn 17, 9 14). Quedó luego codificada en la ley de Moisés: «Que sea circuncidado entre ustedes todo varón. Y que sean circuncidados en cuanto a la carne de sus prepucios; que sea como signo de la alianza con ustedes. Que sea circuncidado entre ustedes todo varón a los ocho días de nacer... Así, mi alianza en sus carnes será como una alianza eterna. Todo varón con prepucio, que no sea circuncidado en la carne de su prepucio, será separado de su pueblo porque ha roto con mi alianza».


4. El segundo templo
La vuelta a Jerusalén el año 536 a. C., gracias a Ciro y a la reforma de Esdras, «sacerdote y escriba versado en la ley de Moisés», marca un giro en el culto judío. En efecto, Esdras convocó al pueblo en la plaza mayor de Jerusalén y durante dos días leyó en la asamblea el Libro de la ley de Moisés. Entonces el pueblo, derramando lágrimas, ayunó, confesó sus pecados y juró seguir en adelante la ley de Yahvé, su Dios...

Este acontecimiento es el que se designa como la promulgación de la Torá por Esdras»; se introducen entonces tres modificaciones capitales: fija al judaísmo fuera del templo; desplaza la función del sacerdote por la del oficiante que recita las oraciones, lee y comenta el texto sagrado; finalmente, pone a la Torá en el centro del culto.


5. La sinagoga
No es ya el santuario, accesible sólo a los sacerdotes, sino simplemente, como indica la etimología griega, el lugar en donde algunos se reúnen. Es lo que significa también la denominación hebrea «Bet Hakenneset», la casa de la asamblea. Así, pues, la sinagoga no es tanto un lugar de culto, como un edificio para la reunión y la enseñanza. Allí se guarda la tradición y se participa en ella mediante la oración comunitaria. Desde los tiempos de Jesús, cada aldea poseía su sinagoga, y se contaban más de 400 en Jerusalén. La más antigua que se conoce se encuentra en Shedia, cerca de Alejandría, y data del siglo III a. C.

Su parte esencial era y sigue siendo el arca de la Torá, que suele ser un armario situado al oriente. Sobre un estrado llamado «almamón» o «bima» se tienen las lecturas y las oraciones. El arca santa está flanqueada por dos candelabros de siete brazos, pero la ornamentación se limita al pavimento, a los capiteles y a un tablero central decorado en su base con una escena bíblica y por arriba con la rueda del zodíaco y otros símbolos rituales.

Durante las ceremonias, los hombres, con la cabeza cubierta y llevando sobre los hombros el «talit» (chal de oración), están de pie en la nave; las mujeres ocupan las galerías laterales. El centro de este culto en la sinagoga lo ocupan la lectura de la Torá y las oraciones.



6. La Torá
Concretamente, como hemos visto, está constituida por los cinco libros del Pentateuco. Es el centro de la revelación, la ley. Pero este término debe comprenderse en dos acepciones:
en sentido propio, es un conjunto de prescripciones sociales, morales y religiosas: un código, unos «mandamientos» cuyo corazón está constituido por el decálogo;
en sentido religioso, esa ley dice a Dios; es su palabra, su llamada a la santidad. Esta santidad es la vocación del pueblo elegido. Es la práctica de la justicia al servicio de la humanidad.
Pero, como todo texto religioso, esta ley, la Torá y sus libros, tiene una historia. Ha dado lugar a interpretaciones, a añadidos, que han suscitado corrientes distintas, aunque, emanada de Dios, no puede ni completarse, ni corregirse, ni amputarse.

En efecto, está en primer lugar la ley escrita, indiscutible. Y la ley oral que, comunicada a Moisés, se va desarrollando y transmitiendo de generación en generación. Mientras que ésta es admitida por los fariseos'`, los saduceos" la ponen en duda. Sin embargo, su interpretación no es libre; se inscribe en una continua meditación que no tiene más objetivo que el de escudriñar más fielmente la ley de Yahvé. Este largo estudio es el que desembocó, ya hacia el año 216, en una enseñanza unánimemente aceptada, la Misná, y, un poco más tarde, en una colección de «estudio», el Talmud.

Así, pues, la Misná es la enseñanza o la «lectura» redactada en hebreo. El estudio de la Misná forma parte integrante de los deberes religiosos que conducen a la salvación, puesto que es conocimiento de la voluntad de Dios. A partir de la Misná es como el gran rabino y filósofo Maimónides (1135 1204) formuló una especie de resumen de las creencias judías: el Libro de los preceptos.


El libro del amor.
La Torá es tan importante que el judío piadoso no se separa físicamente de ella. La lleva sobre sí, bajo la forma de filacterias, pequeñas cajas de cuero negro que contienen pasajes de la Escritura. Se las ata alrededor del brazo izquierdo y alrededor de la cabeza con cintas de cuero negro. Excepto el día del sábado, se llevan las filacterias durante los servicios religiosos de la mañana.


7. La oración
En el judaísmo, la oración es tan importante como la Torá, a la que incluye. En efecto, es una recitación de pasajes de la Torá y por tanto una adhesión a la ley de Yahvé y una proclamación de la fe. Es también una presencia de Dios en la vida. Toda la vida: individual y colectiva, los días ordinarios y los días de fiesta.

A1 mismo tiempo, la oración es sacrificio, que sustituye al del templo. Es decir, un momento, una parte del tiempo dado por Dios y que el hombre le devuelve. Precisamente la imposición obligatoria del talit, el chal de la oración, es para recordar al fiel que su vida está consagrada al servicio de Dios. Ese chal está formado de franjas negras y blancas.

Hay tres oraciones que marcan los tres momentos principales de la jornada:
la oración de la mañana, Saharit, en principio al amanecer;
la oración del mediodía, o Minha, la ofrenda;
la oración del atardecer, el Arbit.

Las tres tienen su origen en los patriarcas, Abrahán, Isaac, Jacob, y recuerdan la historia de las liberaciones y de las alianzas entre Dios y el pueblo judío. El saharit de la mañana celebra la salida de las tinieblas y del destierro. En él se proclama el Shemá Israel. Las dieciocho bendiciones (Semoné Esré) del mediodía son para dar gracias al Dios de Abrahán que libera, perdona y reina en la luz. Finalmente, la oración de la tarde hace entrar en la paz nocturna, que es también la de Dios.

El día del sábado, se añade a estas oraciones tradicionales la lectura de algunos pasajes de la Torá y algunos himnos. Habitualmente se rezan colectivamente en la sinagoga, pero también se las puede rezar en cualquier lugar, con tal que se haya constituido un grupo de diez hombres mayores de trece años («miniane»).
Pero las oraciones son siempre las de la comunidad. Se expresan siempre en plural. Cuando hay un oficiante, es él el que las recita, y el pueblo las ratifica con su «Amin» (amén), puntuando cada fórmula. Es el rabino el que preside la oración comunitaria y el que comenta la Torá.


8. El rabino
Conviene ante todo recordar o precisar que el rabino no es un sacerdote.

El sacerdote judío o kohen estaba encargado primitivamente, es decir, desde los tiempos de Aarón, del servicio en el templo: sacrificios, bendición sobre el pueblo, transporte del arca de la alianza, purificación de los enfermos y de los impuros. Escogidos entre los descendientes de Aarón, los sacerdotes constituían por tanto una casta cerrada, hereditaria. Pero desde la destrucción del templo, con el destierro y la dispersión, no es posible decir con seguridad quién es descendiente de Aarón; además, las ceremonias sacrificiales han desaparecido.

Por consiguiente, es el rabino en hebreo, maestro , es decir, el doctor de la ley, el que representa un papel esencial en la comunidad judía cuando el retorno del destierro, tras la reforma de Esdras. Es profesor y ministro del culto al mismo tiempo. En otros tiempos, comentaba y explicaba la Biblia y el Talmud. Ha contribuido enormemente a mantener, con el respeto escrupuloso de las prácticas, la identidad de las comunidades judías dispersas a través del mundo.

Hoy el rabino tiene, por un lado, la misión de la enseñanza religiosa, tanto para los adultos como para los niños; por otro lado, representa a la comunidad ante las autoridades civiles de un país. Así ocurría con el «rabino mayor» en la España medieval.

En Francia, en 1809, Napoleón I creó el puesto de gran rabino para los jefes de cada consistorio regional. El gran rabino de Francia es elegido por una asamblea de rabinos de las diversas sinagogas y de laicos. Son los grandes rabinos los que conceden el diploma de rabino con el que se coronan varios años de estudio en un seminario rabínico. Los rabinos están casados; se les invita a tener numerosos hijos, para cumplir el deber sagrado de procreación.


9. El sábado
En efecto, ese día conmemora el descanso de Yahvé después de los seis días de la creación. Su institución se remonta a Moisés, que lo recibió del mismo Yahvé: es el cuarto mandamiento de la ley. Tenía que ser respetado por todos los moradores de la casa, hasta por los animales. Por eso adquirió otras dos significaciones.

No solamente es imitación y obediencia, sino también consagración del tiempo, creado por Dios, que se le devuelve. Ese día forma parte de la deuda de los hombres con su creador. Pero es también una deuda para con los servidores y los animales. El hombre, su intendente, les debe un día de descanso.

En la ley de Moisés, ese descanso se extendía también a la tierra: era el año sabático, cada siete años. Práctica agrícola del barbecho, era igualmente la ocasión de redistribuir la tierra: obra de justicia.

El sábado comienza el viernes por la tarde, al ponerse el sol, y acaba el sábado de noche cerrada. Está marcado por la prohibición de trabajar. El Talmud llega a enumerar hasta 39 tareas prohibidas. Hoy, en el Estado de Israel, es un día de paro; no hay transportes públicos; se cierran las tiendas, las escuelas, las oficinas.

Para el sábado, los judíos piadosos se reúnen en la sinagoga en donde tiene lugar una lectura en público del Pentateuco o de los extractos de los Profetas. Predica el rabino.


10. Las prescripciones alimenticias
Lo mismo que el sábado, las prohibiciones y las reglas relativas a la alimentación forman parte de la existencia habitual de los judíos. Se derivan de las leyes descritas por el Levítico (7, 8 37), que definen los límites entre lo permitido y lo prohibido. Pero, más allá del ritualismo, hay que comprender su sentido profundo. La finalidad esencial es devolver a Dios lo que le corresponde, guardar la parte reservada para él, es decir, la parte sagrada, como la sangre. Socialmente, se trata de preservar la identidad del pueblo elegido. Sus prácticas alimenticias, vitales, tienen que distinguirle de sus vecinos, de los idólatras. Finalmente, hay en ello una preocupación de justicia: no hacer sufrir a los animales.

Están primero las reglas para matar a los animales, muy numerosas. No hay que anestesiar al animal, sino sacrificarlo con un cuchillo controlado perfectamente afilado. So pena de nulidad, la traquea y el esófago tienen que ser cortados en un punto preciso. Para ello, existen matarifes juramentados, controlados por comisiones rabínicas.
Todo lo que se refiere a la carne -criatura viva- es especialmente riguroso. Está autorizada kaser sólo la carne de los rumiantes de pie hendido (bovinos, cabras, ovejas), la de las aves de corral, pichones y palomas, la de los peces con escamas y aletas. Está prohibida la carne de los demás (camellos, liebres, puercos, mariscos, anguilas...). Más severamente aún, la grasa y la sangre: « El que coma de una sangre cualquiera, será separado de su pueblo» (Lv 7, 27). Finalmente, está prohibido mezclar la carne con la leche.

Durante las fiestas se aplican unas prescripciones particulares, para recordar los orígenes. Así, en Pesah, sólo está permitido el pan ázimo, es decir, sin sal ni levadura, como en la salida de Egipto. También se prohíben entonces todo alimento o bebida fermentada.

La distinción entre lo puro y lo impuro explica también ciertos ritos.



11. La purificación
Es impuro todo lo que pone en contacto con la muerte o la anuncia; igualmente, todo lo que recuerda la corrupción y, por semejanza, el cambio. Hay que preservarse de ello por los ritos de purificación.

De ahí la multiplicidad de lavatorios, baños, abluciones. Las enfermedades, las menstruaciones, el parto: ésas son las grandes causas de impureza, debido a los «derrames». Hay que purgarse de ellos con sacrificios de animales, con aspersiones de sangre o, más sencillamente, «fregándose las manos, bañándose en agua, lavando los vestidos...» (Lv 15, 5).

Hay baños rituales que marcan la víspera de la boda para las jóvenes; y otros de conversión para los neófitos, así como para el final de las reglas.

Todas estas obligaciones rituales y estas fiestas sólo pueden comprenderse en referencia con los fundamentos mismos de la fe judía: lo absoluto de un Dios de alianza, a quien el hombre se lo debe todo; la originalidad del pueblo judío, aliado y testigo de ese Dios; y la distinción entre lo profano y lo sagrado, es decir, el terreno de un Dios tres veces santo.

Las oraciones, los ritos y las fiestas jalonan la jornada y el año del creyente, recordándole su historia y su caminar incesante, bajo la mirada de Yahvé, desde las tinieblas a la luz, desde la esclavitud a la liberación.


12. Las Fiestas
La primera del año era la de Purim (suertes) celebrada en torno a nuestro primero de marzo en conmemoración de la liberación de los judíos de manos de Hamán, según narra el libro bíblico de Esther. La segunda era la Pascua celebrada el 14 de Nisán (cerca de nuestro inicio de abril) en memoria de la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. Su importancia era tal que los romanos solían liberar un preso en esa fecha, de acuerdo a la voluntad del pueblo. A continuación de la Pascua, y en asociación con ella, tenía lugar la Fiesta de los Panes sin levaduradurante siete días. En tercer lugar, los judíos celebraban la festividad de Pentecostés que tenía lugar cincuenta días después de Pascua, cerca del final de mayo. Se conmemoraba en ella la entrega de la Ley a Moisés, así como la siega del grano del que se ofrecían en el Templo dos de los llamados "panes de agua".

A continuación nos encontramos con el Día de la Expiación que, en realidad, consistía más en un ayuno que en una fiesta. Era el único día, como ya vimos, en que el Sumo sacerdote podía entrar en el Santísimo para ofrecer incienso y rociar la sangre de los sacrificios. Tras realizar estos actos, se soltaba un macho cabrío al desierto que llevaba, simbólicamente, la culpa de la nación, y se sacaban fuera de la ciudad los restos de los animales sacrificados en holocaustos. Durante el día se ayunaba y oraba de manera especialmente solemne.

Cinco días después tenía lugar la fiesta de los Tabernáculos o Cabañas, cercana a nuestro primero de octubre. Se conmemoraba con ella la protección de Dios sobre Israel mientras vagó por el desierto a la salida de Egipto y servía asimismo para dar gracias a Dios por las bendiciones recibidas durante el año. Durante esta festividad, era costumbre que la gente viviera en cabañas improvisadas, y situadas a no más de una jornada de sábado de Jerusalén, en recuerdo de la experiencia pasada de Israel. Los dos actos religiosos principales eran el derramamiento de una libación de agua, realizada por un sacerdote usando una jarra de oro con agua del Estanque de Siloé, y la iluminación del Templo mediante cuatro enormes lámparas que se situaban en el patio de las mujeres.

Finalmente, nos encontramos con la Fiesta de la Dedicación (a mediados de nuestro diciembre, aproximadamente) que conmemoraba la restauración y rededicación del Templo realizada por Judas Macabeo. Durante esta fiesta era común leer los libros I y II de los Macabeos. Sólo comprendiendo la importancia del Templo podemos entender algunos de los datos que nos han llegado en el Nuevo Testamento y en otras fuentes. El primero es la aversión existente entre los judíos y los samaritanos. Estos, a los que no nos referiremos en esta obra por tener una importancia muy tangencial, pretendían ser seguidores de Moisés y consideraban el Pentateuco como revelación divina, con algunas variantes textuales. Esperaban a una especie de mesías conocido como "taheb", pero adoraban a Dios en otro santuario situado sobre el monte Gerizim.

Aquel estado de cosas era más que suficiente para indisponer entre si a ambos pueblos. Los judíos ni siquiera osaban pasar por Samaria en sus viajes a Jerusalén y los samaritanos no perdían ocasión, como pudimos ver en parte al estudiar el contexto histórico, para hostigarlos.