lunes, 17 de agosto de 2009

07. Judaismo

07. JUDAISMO

1. JUDAÍSMO

I. EN BUSCA DE UNA DEFINICIÓN
Parece evidente definir el judaísmo como la religión de los judíos. Pero si preguntamos: ¿qué es un judío?, las cosas empiezan a complicarse. En efecto, si es un habitante de Judea (uno de los estados de la antigua Palestina), no profesa necesariamente el judaísmo. Puede ser hoy cristiano, musulmán o irreligioso. Y si, residiendo en New York o en París, se dice judío, no necesariamente practica la religión judía. Reflexionando sobre la «cuestión judía», Jean Paul Sartre pudo solamente concluir: « Es judío el que se siente y se dice judío». Así, pues, ser judío sería cuestión de subjetividad. Es querer estar ligado con el pueblo que habitaba Judea, y al que Yahvé Dios se reveló.

Originalmente, «yehudé» significaba a la vez: «judeano» (del país de Judá, de la Judea) y «que da gracias a Dios». El judío es entonces el hombre que se reconoce de una tierra y de un Dios, un «reconocedor de Dios». El judaísmo es, pues, la religión de la alianza entre una tierra (santa), un dios, un pueblo. La religión de los que se sienten herederos de esa tierra, escogidos por Dios y descendientes de ese pueblo.

1. La religión de un pueblo
Por consiguiente, no se puede comprender el judaísmo sin conocer el pasado más lejano de ese pueblo, es decir, sin juntar la historia y la geografía.

Este pueblo es el pueblo hebreo. Los hebreos son los descendientes de Heber, un antepasado de Abrahán. Se les llamaba «habiru» o, según la raíz aramea, « ivri », es decir: del otro lado del desierto (árabe sirio).

Pastores, nómadas, erraban bajo la guía de sus patriarcas, desde Caldea hasta Egipto pasando por Palestina. Su origen se sitúa, probablemente, en los años 2.500 a. C., en Mesopotamia, alrededor de Ur, entonces colonia siria.

Uno "de aquellos patriarcas, Jacob, apodado Israel'` («fuerte ante Dios»), es el que les dio el nombre de « israelitas» .
Fijados en Palestina, después de muchas peregrinaciones hoy diríamos migraciones , tras una historia política accidentada, constituyeron dos reinos: Israel (capital Samaría) y Judá (capital Jerusalén). Históricamente, los judíos o judeanos son los súbditos del reino de Judá.

Su historia, muchas veces trágica, no les impidió seguir siendo fieles a la religión de sus antepasados, los hebreos, y hasta a la ciudad en la que habían edificado su primer templo. El judaísmo está por consiguiente íntimamente ligado a la historia de los hebreos. Tanto si han vuelto a la tierra de Palestina como si siguen aún dispersos en la diáspora*, los judíos se adhieren al judaísmo en la medida en que se reconocen herederos de esa historia. El judaísmo es el árbol religioso plantado por Abrahán y por Moisés en Palestina en el siglo XIX y en el siglo XIII antes de nuestra era. Inseparable de una tierra y de un pueblo, es ante todo conocimiento de esa historia.

2. La historia del pueblo hebreo
Es una historia antigua, ya que se remonta por lo menos a Abrahán, cuyo nombre se ha encontrado en tablillas que datan de 2.500 años a. C. Tan sólo los chinos y los indios tienen una historia religiosa tan remota. Esta historia está geográficamente situada, al menos en su origen, en el próximo oriente, en la encrucijada entre Asia y Africa. Más concretamente, transcurrió a lo largo del desierto en un largo ir y venir entre el valle del Nilo, el del Jordán, el del Tigris y el Eufrates.

Esta historia tiene unos arraigos culturales, precisamente en los comienzos entre la civilización egipcia y la civilización caldea; más tarde, entre la persa y la india, y luego entre Roma y Grecia. Su originalidad es una progresiva decantación de las influencias vecinas. Los hebreos, pastores, labradores, nómadas, eran muy similares a los beduinos del desierto siro árabe. Su historia se nos narra en el Génesis.

Es la de la familia de Abrahán, natural de Ur en Caldea, y de las tribus que nacieron de él. Siguiendo la ruta de los pastores, nómades entre la Mesopotamia del norte y Siria hasta que penetraron en Palestina hacia el 1500. Estas montañas y estas estepas estaban pobladas por gente sedentaria cuyo país llevaba el nombre de Canaán. Los hebreos plantaron allí sus tiendas, en el valle de Siquén en las faldas del Hebrón, junto a los pozos de Bersabé y de Shellal, cambiando los productos de sus rebaños con los de las aldeas, adquiriendo campos...

Hacia el 1700 a. C., empujados por el hambre y atraídos por la fama del rico y acogedor Egipto de los hicsos , partieron a instalarse en aquel país. Jacob y sus doce hijos se asentaron en el país de Gosén (cf. Gn 46, 1 7; 47), cuando José, padre de Efraín y de Manasés, ocupaba el cargo de gran visir en la corte del Faraón, e hizo venir a Egipto a Jacob y a toda su familia. «Los hijos de Israel se multiplicaron en Egipto, se hicieron muy numerosos y poderosos, y el país se llenó de ellos».

Luego, una vez muertos Jacob y José, los faraones tebanos suplantaron a los hicsos . Y los hebreos, como inmigrados que eran, se vieron obligados a servir en las duras tareas impuestas por el rey, esclavizados y a veces perseguidos... Uno de ellos, del clan sacerdotal de Leví, salvado de la muerte por la astucia de su madre y educado por la hija del Faraón, recibió el nombre egipcio de Moisés.

En su juventud, habiendo visto a un egipcio golpear a uno de sus correligionarios hebreos, lo mató. Tras aquel homicidio, tuvo que huir y se refugió en la orilla oriental del golfo de Elam, en el país de Madián. Allí vivía otro pueblo, nacido también de Abrahán y de una de sus esposas, Quetura. Moisés se casó con Séfora, hija de Jetró (o Itró), sacerdote de Madián. Y un día, mientras apacentaba el rebaño de su suegro más allá del desierto del Sinaí, el « Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob » le reveló su nombre: YHWH, «El que fue, el que es, el que será y el que hace ser, porque él es». Fue en el monte Horeb, en medio de una zarza que ardía sin consumirse. Yahvé le pidió entonces que volviera a Egipto para hacer salir de allí a los hijos de Israel.

Más tarde, después de las diez plagas de Egipto, habiendo sido heridos mortalmente los primogénitos egipcios, el Faraón permitió a Moisés y a su pueblo dejar el país de Ramsés por Sucot, «en número de unos 600.000 sin contar los niños» (cf. Ex 12, 37). Guiados por una nube de fuego, atravesando milagrosamente el mar Rojo, bebiendo de las aguas desalinizadas de Mara, alimentados por las codornices y el maná caídos de cielo, los judíos llegaron en tres meses al desierto del Sinaí. Y fue allí donde, llamado por Yahvé a la montaña, Moisés recibió sus preceptos, lo que se llama tradicionalmente el «decálogo», o «el código de la alianza» (cf. Ex 19 20; Dt 5)... Siguió un largo viaje que se nos narra en el libro de los Números, la muerte de Moisés en el monte Nebo, desde donde Yahvé le mostró «todo el país, desde Galaad hasta Dan, Jericó y Soar», el paso del río Jordán bajo la guía, de Josué, la conquista de Canaán, la caída de Jericó (cf. Dt 34; Jos 3.6), y en Siló, hacia el 1200 a. C., el reparto del país entre las doce tribus: Aser, Neftalí y Zabulón, el norte; Isacar, Efraín, Dan y Benjamín, el centro; Judá y Simeón, el sur; Gad y Rubén, la Transjordania; Manasés, las dos partes del Jordán. La familia de Leví, la tribu sacerdotal de los levitas, recibió de los demás 48 aldeas y sus pastos respectivos (cf. Jos 13 21).

Esta epopeya de un pueblo, de sus peregrinaciones, de sus destierros, de sus servidumbres, de sus liberaciones y de sus conquistas, constituye una historia santa, es decir, la historia de los encuentros de unos hombres con Dios.

Resume lo esencial de la fe judía:
la revelación progresiva de un Dios único;
sus promesas y su fidelidad, a pesar de las infidelidades de su pueblo;
las alianzas sucesivas de Dios con su pueblo;
la ley que le dio.


II. LA FE JUDÍA
1. Las revelaciones de Dios
Dios se reveló a su pueblo. Esto significa que, sin mostrarse a los hombres, habló con algunos de ellos y les encargó que dijesen quién era.

Esta revelación de Dios es, en primer lugar, revelación de su nombre. Es revelación oral. Dios habla. Es el Verbo. Y los hombres, los patriarcas, los profetas a los que se manifestó, transmiten su palabra. Es la Tradición. Más tarde la pusieron por escrito unos escribas, y se convirtió en el Libro de la palabra, la Biblia.


2. Los patriarcas y las alianzas
Los patriarcas, a los que se reveló Dios, aparecen a lo largo de la historia de los hebreos. Recordar su aventura es ir señalando al mismo tiempo las alianzas sucesivas.

Sin hablar de Adán, puesto por Dios en el « jardín de Edén para que lo cultivara y lo guardara»,uno de los primeros hombres a los que se dirigió Dios fue Noé. Era «un hombre justo, íntegro entre los hombres de su tiempo», y que «caminaba con Dios». Debido a esta «justicia», «encontró gracia a los ojos de Yahvé», que le preservó del diluvio haciéndole construir el arca famosa que encalló en el monte Ararat.

El segundo interlocutor de Dios fue Abrahán . Era el hijo de Téraj, en Ur de los caldeos, de donde «salieron para ir al país de Canaán», pero se establecieron en Jarán, donde murió Téraj.
Fue allí donde Yahvé dijo a Abrahán: «Deja tu país, tu familia, la casa de tu padre por el país que yo te mostraré. Quiero hacer de ti una gran nación, bendecirte y hacer grande tu nombre». Luego, como había hecho con Noé, Dios le dio a Abrahán un signo de esta alianza: la circuncisión de los varones. «La circuncisión de la carne del prepucio será el signo de alianza con ustedes».

El tercer patriarca con el que Dios renovó su alianza fue Moisés. El libro del Exodo narra su historia y sus conversaciones con Dios. Pero fue después de la salida de Egipto, mientras los hebreos acampaban en el desierto del Sinaí, cuando «Moisés subió a Dios» en el monte Nebo y recibió de él el doble signo de la nueva y definitiva alianza: el sábado y la ley.

La revelación mosaica confirma la alianza: «Si respetan mi alianza, serán míos entre todos los pueblos, los convertiré para mí en un reino de sacerdotes y una nación santa». Y le añade tres complementos: el sábado, un código de alianza (Diez mandamientos) y un santuario para los sacrificios.

La alianza es irreversible, eterna. Se la compara muchas veces con la unión indisoluble del esposo y la esposa. «Me desposaré contigo para siempre; tú serás mi desposada por la rectitud y la justicia, por la bondad y el cariño; serás mi desposada en toda lealtad, y entonces conocerás al eterno» (Os 2, 2122).

Para poder ser fiel a esta alianza, el hombre, que es frágil, necesita una perpetua conversión. Necesita periódicamente apartarse de los ídolos para volverse al dios de sus padres. Y periódicamente, Yahvé envía profetas a su pueblo para que su pueblo, repudiando sus pecados, vuelva a encontrar el camino de la paz con su creador.


3. El nombre de Dios
El nombre de Dios es de hecho impronunciable. Le pertenece a él y se confunde con su identidad.
Por eso, durante siglos, el hombre no lo nombró. En las tradiciones más antiguas, se le designa con el término de « El » (Alá), que quiere decir: príncipe, héroe, señor... Ante su aparición, el hombre se postra en tierra, se cubre el rostro, se mantiene aparte so pena de muerte.

Emite una luz tan grande que, cuando Moisés se encuentra con él, su rostro queda iluminado, transfigurado... El pueblo, al pie de la montaña, no lo ve más que como una humareda, no lo oye más que como un trueno. Es que, cuando Dios se aparece, es como una llama en la zarza que no se consume (Ex 3, 2) o en «una nube densa»... «Yahvé habla en el fuego» (Is 66, 15). Su palabra arde.

A través de estas revelaciones, se dibuja la imagen del dios de los judíos:
• El es el totalmente otro.
• Es uno
• Es el creador de todas las cosas
• Es el que se revela progresivamente
• Es el que da la vida
• Es un Dios de justicia
• Es el Dios que libera
• Finalmente, «Yahvé es nuestro padre» (Is 64, 7).


5. La Biblia
Es el libro por excelencia. O más exactamente, la colección de libros sagrados. Son libros testigos de Dios mismo. Escritos por los hombres, son igualmente inspiración del Espíritu de Dios, son la palabra misma, de Dios.

Ciertamente, tienen el estilo de una época y de un lugar; las imágenes, la poesía del oriente antiguo; pertenecen a diversos géneros literarios y están marcados por la personalidad de sus autores. Además, difieren según el ambiente de aquellos a los que van destinados. Por tanto, pueden ser leídos como libros de historia, como testimonios de una cultura pasada, como literatura de un pueblo particular.

5.1. Su composición
La Biblia judía comprende 39 libros clasificados en cuatro grupos de una manera no cronológica :

1. El Pentateuco, así llamado porque está formado de cinco libros que constituyen la ley de Moisés, en hebreo la Torá. Estos cinco libros son el Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio.

2. Los primeros profetas. Esta segunda colección, llamada en hebreo Nebiim richonim, recoge los libros de Josué, de los Jueces, de Samuel y de los Reyes.

3. Los segundos profetas: en hebreo son los Nebiim aharonim, los que vienen a continuación. Hay tres importantes: Isaías, Jeremías, Ezequiel, y luego otros doce, desde Oseas a Malaquías.

4. Los escritos, o Ketubim, que podríamos traducir por «varios» (!). Son los tres libros poéticos de Job, de los Salmos y de los Proverbios; los cinco libros de poesía o sapienciales: el Cantar de los cantares, el libro de Rut, el de Ester, las Lamentaciones y el Eclesiastés; finalmente, Daniel, Esdras, Nehemías y las Crónicas 1 y 2.


5.2. La moral
La fe está centrada por completo en la ley, se prolonga y se encarna en un conjunto de mandamientos que regulan todos los actos del judío creyente. El fundamento de esta moral es desde luego el decálogo de las tablas de Moisés. Pero, a partir del Pentateuco, se le fueron añadiendo una serie de prescripciones relativas a la vida diaria, desde el amanecer hasta la noche, a la alimentación, el matrimonio, los funerales, las purificaciones... Se señalan hasta 613.

También es sabido que algunos rabinos refinan y complican excesivamente estas obligaciones y prohibiciones.

Más simplemente, David enuncia once virtudes: la rectitud, la justicia, la verdad, el horror a la maledicencia, a la malicia, a la injuria, el desprecio por el impío, la estima del justo, el respeto a los juramentos, el préstamo sin interés, la incorruptibilidad. Isaías las reduce a seis. Y Miqueas a tres. Finalmente, Habacuc condensa toda la moral en una fórmula que se ha hecho universalmente célebre: «El justo vive por la fe».

Así, toda la moral está centrada en una trilogía de virtudes: el estudio de la ley, la observancia de los mandamientos y la práctica de la justicia con el prójimo. El judaísmo es la religión de la Torá, es decir, la religión de una ley dada por Dios a Israel, su pueblo. Como toda religión, también el judaísmo se expresa en unos ritos.


III. RITOS Y FIESTAS
Como todo el judaísmo, estos ritos y estas fiestas no se pueden comprender fuera de la historia del pueblo judío.
Ha habido dos grandes períodos, que se ordenan en torno a la existencia del templo. Cuando el templo está en pie, es el sacerdote el que oficia el sacrificio, rito esencial. Cuando ha desaparecido el templo, los ritos se desplazan a la sinagoga, con el rabino y la enseñanza de la Torá.


1. El primer templo
En los antiguos tiempos, el edificio religioso por excelencia es el templo de Jerusalén. Es « la casa de Yahvé». Su construcción se inscribe en una tradición oriental clásica. Es Dios el que le da al rey la orden de construirlo según sus indicaciones. Siguen el relato de la construcción a base de trabajo obligatorio del pueblo, y luego la descripción del templo una vez acabado. Viene finalmente la narración de la procesión que trae a Dios en nuestro caso, la Torá a su morada, en donde recibe el homenaje del rey, de los sacerdotes y del pueblo (cf. 1 Re 5s).

El primer templo fue obra del rey Salomón, el año 971 a. C. Se levantaba en el monte Moria, adquirido por David y en el que habría tenido lugar el sacrificio de Isaac. El director de las obras fue Hirán de Tiro. Su construcción, con madera del Líbano, duró 7 años y movilizó a 170.000 obreros y 3.300 oficiales.

Rectangular, estaba precedido de un patio, en donde se encontraba, delante del pilono, el altar de los holocaustos. La fachada estaba adornada de columnas. Se entraba primero en una gran sala alargada, el hekal, que recibía luz por arriba, gracias a unas claraboyas. Allí estaba la mesa con los panes de la proposición que se renovaban cada día, el candelabro de siete brazos y el altar de los perfumes. Venía a continuación una especie de reducto cerrado, el debir, o Santo de los Santos, es decir, el lugar donde estaba depositada el arca de la alianza. Alrededor, en tres pisos distintos, había diversas habitaciones para los servicios del templo.

Levantado de nuevo por Zorobabel y reconstruido por Herodes, que multiplicó los patios, el templo quedó definitivamente destruido tras el asedio y la toma de Jerusalén por Tito en el año 70 de nuestra era. Hasta su desaparición, siempre parecido a la concepción primitiva, sirvió fielmente al, cumplimiento de los ritos prescritos por el Levítico. Entre ellos, el más importante era el sacrificio.


2. El sacrificio
Es la expresión arcaica de la ley primitiva de todas las religiones. Pero no se le puede separar de la fe fundamental del judaísmo. El Dios de los patriarcas, Dios todopoderoso, creador de todas las cosas, es el propietario del mundo. Todo le pertenece: el universo, la tierra y las criaturas que la pueblan. Todo se lo ha dado a su pueblo, lo cual significa que el hombre tiene que reconocer ante todo este don, esta deuda.
Así, pues, el sacrificio es reconocimiento de una deuda. Es tanto un deber de justicia como un acto de adoración. Por el rito sacrificial, en sentido propio, el hombre judío le da a Dios lo que le debe. Confiesa que no es más que el usufructuario de los bienes que pertenecen a Dios, el administrador del señor del universo.

En su origen, el sacrificio es sin duda humano, como lo demuestra la inmolación de Isaac por Abrahán. Pero Yahvé, después de aprobar su obediencia, le presentó el carnero que, en adelante, serviría de víctima. Moisés confirmó esta sustitución por un animal, y la Biblia habla a continuación de sacrificios de novillos, de cabras, de palomas.Es Yahvé el que aprueba y consagra los acuerdos entre los hombres. Yahvé es verdadero. Yahvé es la verdad. No engaña nunca a su criatura, y no se le puede engañar. Llamándolo por el sacrificio como testigo de la historia de su pueblo, él garantiza que esta historia es también la suya.

Pero quizás haya que recordar los antiguos ritos del tiempo de los patriarcas. Porque son los que explican esta misma creencia. En la época del templo se distinguían dos clases de sacrificios:
- el primero era el holocausto. Sólo tenía lugar en circunstancias solemnes, como el día del gran perdón, con una finalidad concreta, por ejemplo el rescate de los pecados del pueblo. Consistía en el sacrificio de un animal, consumido a continuación;
- el segundo era la oblación, es decir, la ofrenda de un alimento, como pasteles, o de animales. Los restos se reservaban para los sacerdotes. Estas ofrendas marcaban la gratitud por una cosecha, por un nacimiento, por una curación, o el cumplimiento de un voto.


3. La circuncisión
Es un rito esencial, próximo al sacrificio, pero practicado siempre. Como hemos visto, la circuncisión es signo de alianza con Yahvé. Pero señala igualmente la pertenencia del «circunciso» a Dios. Por medio de su circuncisión, el joven varón atestigua a la vez que ha sido designado, escogido por Dios, y que forma parte de su pueblo.

El origen de la circuncisión se remonta a Abrahán, después de que Yahvé le suscitara un hijo por medio de su esclava Agar (Gn 17, 9 14). Quedó luego codificada en la ley de Moisés: «Que sea circuncidado entre ustedes todo varón. Y que sean circuncidados en cuanto a la carne de sus prepucios; que sea como signo de la alianza con ustedes. Que sea circuncidado entre ustedes todo varón a los ocho días de nacer... Así, mi alianza en sus carnes será como una alianza eterna. Todo varón con prepucio, que no sea circuncidado en la carne de su prepucio, será separado de su pueblo porque ha roto con mi alianza».


4. El segundo templo
La vuelta a Jerusalén el año 536 a. C., gracias a Ciro y a la reforma de Esdras, «sacerdote y escriba versado en la ley de Moisés», marca un giro en el culto judío. En efecto, Esdras convocó al pueblo en la plaza mayor de Jerusalén y durante dos días leyó en la asamblea el Libro de la ley de Moisés. Entonces el pueblo, derramando lágrimas, ayunó, confesó sus pecados y juró seguir en adelante la ley de Yahvé, su Dios...

Este acontecimiento es el que se designa como la promulgación de la Torá por Esdras»; se introducen entonces tres modificaciones capitales: fija al judaísmo fuera del templo; desplaza la función del sacerdote por la del oficiante que recita las oraciones, lee y comenta el texto sagrado; finalmente, pone a la Torá en el centro del culto.


5. La sinagoga
No es ya el santuario, accesible sólo a los sacerdotes, sino simplemente, como indica la etimología griega, el lugar en donde algunos se reúnen. Es lo que significa también la denominación hebrea «Bet Hakenneset», la casa de la asamblea. Así, pues, la sinagoga no es tanto un lugar de culto, como un edificio para la reunión y la enseñanza. Allí se guarda la tradición y se participa en ella mediante la oración comunitaria. Desde los tiempos de Jesús, cada aldea poseía su sinagoga, y se contaban más de 400 en Jerusalén. La más antigua que se conoce se encuentra en Shedia, cerca de Alejandría, y data del siglo III a. C.

Su parte esencial era y sigue siendo el arca de la Torá, que suele ser un armario situado al oriente. Sobre un estrado llamado «almamón» o «bima» se tienen las lecturas y las oraciones. El arca santa está flanqueada por dos candelabros de siete brazos, pero la ornamentación se limita al pavimento, a los capiteles y a un tablero central decorado en su base con una escena bíblica y por arriba con la rueda del zodíaco y otros símbolos rituales.

Durante las ceremonias, los hombres, con la cabeza cubierta y llevando sobre los hombros el «talit» (chal de oración), están de pie en la nave; las mujeres ocupan las galerías laterales. El centro de este culto en la sinagoga lo ocupan la lectura de la Torá y las oraciones.



6. La Torá
Concretamente, como hemos visto, está constituida por los cinco libros del Pentateuco. Es el centro de la revelación, la ley. Pero este término debe comprenderse en dos acepciones:
en sentido propio, es un conjunto de prescripciones sociales, morales y religiosas: un código, unos «mandamientos» cuyo corazón está constituido por el decálogo;
en sentido religioso, esa ley dice a Dios; es su palabra, su llamada a la santidad. Esta santidad es la vocación del pueblo elegido. Es la práctica de la justicia al servicio de la humanidad.
Pero, como todo texto religioso, esta ley, la Torá y sus libros, tiene una historia. Ha dado lugar a interpretaciones, a añadidos, que han suscitado corrientes distintas, aunque, emanada de Dios, no puede ni completarse, ni corregirse, ni amputarse.

En efecto, está en primer lugar la ley escrita, indiscutible. Y la ley oral que, comunicada a Moisés, se va desarrollando y transmitiendo de generación en generación. Mientras que ésta es admitida por los fariseos'`, los saduceos" la ponen en duda. Sin embargo, su interpretación no es libre; se inscribe en una continua meditación que no tiene más objetivo que el de escudriñar más fielmente la ley de Yahvé. Este largo estudio es el que desembocó, ya hacia el año 216, en una enseñanza unánimemente aceptada, la Misná, y, un poco más tarde, en una colección de «estudio», el Talmud.

Así, pues, la Misná es la enseñanza o la «lectura» redactada en hebreo. El estudio de la Misná forma parte integrante de los deberes religiosos que conducen a la salvación, puesto que es conocimiento de la voluntad de Dios. A partir de la Misná es como el gran rabino y filósofo Maimónides (1135 1204) formuló una especie de resumen de las creencias judías: el Libro de los preceptos.


El libro del amor.
La Torá es tan importante que el judío piadoso no se separa físicamente de ella. La lleva sobre sí, bajo la forma de filacterias, pequeñas cajas de cuero negro que contienen pasajes de la Escritura. Se las ata alrededor del brazo izquierdo y alrededor de la cabeza con cintas de cuero negro. Excepto el día del sábado, se llevan las filacterias durante los servicios religiosos de la mañana.


7. La oración
En el judaísmo, la oración es tan importante como la Torá, a la que incluye. En efecto, es una recitación de pasajes de la Torá y por tanto una adhesión a la ley de Yahvé y una proclamación de la fe. Es también una presencia de Dios en la vida. Toda la vida: individual y colectiva, los días ordinarios y los días de fiesta.

A1 mismo tiempo, la oración es sacrificio, que sustituye al del templo. Es decir, un momento, una parte del tiempo dado por Dios y que el hombre le devuelve. Precisamente la imposición obligatoria del talit, el chal de la oración, es para recordar al fiel que su vida está consagrada al servicio de Dios. Ese chal está formado de franjas negras y blancas.

Hay tres oraciones que marcan los tres momentos principales de la jornada:
la oración de la mañana, Saharit, en principio al amanecer;
la oración del mediodía, o Minha, la ofrenda;
la oración del atardecer, el Arbit.

Las tres tienen su origen en los patriarcas, Abrahán, Isaac, Jacob, y recuerdan la historia de las liberaciones y de las alianzas entre Dios y el pueblo judío. El saharit de la mañana celebra la salida de las tinieblas y del destierro. En él se proclama el Shemá Israel. Las dieciocho bendiciones (Semoné Esré) del mediodía son para dar gracias al Dios de Abrahán que libera, perdona y reina en la luz. Finalmente, la oración de la tarde hace entrar en la paz nocturna, que es también la de Dios.

El día del sábado, se añade a estas oraciones tradicionales la lectura de algunos pasajes de la Torá y algunos himnos. Habitualmente se rezan colectivamente en la sinagoga, pero también se las puede rezar en cualquier lugar, con tal que se haya constituido un grupo de diez hombres mayores de trece años («miniane»).
Pero las oraciones son siempre las de la comunidad. Se expresan siempre en plural. Cuando hay un oficiante, es él el que las recita, y el pueblo las ratifica con su «Amin» (amén), puntuando cada fórmula. Es el rabino el que preside la oración comunitaria y el que comenta la Torá.


8. El rabino
Conviene ante todo recordar o precisar que el rabino no es un sacerdote.

El sacerdote judío o kohen estaba encargado primitivamente, es decir, desde los tiempos de Aarón, del servicio en el templo: sacrificios, bendición sobre el pueblo, transporte del arca de la alianza, purificación de los enfermos y de los impuros. Escogidos entre los descendientes de Aarón, los sacerdotes constituían por tanto una casta cerrada, hereditaria. Pero desde la destrucción del templo, con el destierro y la dispersión, no es posible decir con seguridad quién es descendiente de Aarón; además, las ceremonias sacrificiales han desaparecido.

Por consiguiente, es el rabino en hebreo, maestro , es decir, el doctor de la ley, el que representa un papel esencial en la comunidad judía cuando el retorno del destierro, tras la reforma de Esdras. Es profesor y ministro del culto al mismo tiempo. En otros tiempos, comentaba y explicaba la Biblia y el Talmud. Ha contribuido enormemente a mantener, con el respeto escrupuloso de las prácticas, la identidad de las comunidades judías dispersas a través del mundo.

Hoy el rabino tiene, por un lado, la misión de la enseñanza religiosa, tanto para los adultos como para los niños; por otro lado, representa a la comunidad ante las autoridades civiles de un país. Así ocurría con el «rabino mayor» en la España medieval.

En Francia, en 1809, Napoleón I creó el puesto de gran rabino para los jefes de cada consistorio regional. El gran rabino de Francia es elegido por una asamblea de rabinos de las diversas sinagogas y de laicos. Son los grandes rabinos los que conceden el diploma de rabino con el que se coronan varios años de estudio en un seminario rabínico. Los rabinos están casados; se les invita a tener numerosos hijos, para cumplir el deber sagrado de procreación.


9. El sábado
En efecto, ese día conmemora el descanso de Yahvé después de los seis días de la creación. Su institución se remonta a Moisés, que lo recibió del mismo Yahvé: es el cuarto mandamiento de la ley. Tenía que ser respetado por todos los moradores de la casa, hasta por los animales. Por eso adquirió otras dos significaciones.

No solamente es imitación y obediencia, sino también consagración del tiempo, creado por Dios, que se le devuelve. Ese día forma parte de la deuda de los hombres con su creador. Pero es también una deuda para con los servidores y los animales. El hombre, su intendente, les debe un día de descanso.

En la ley de Moisés, ese descanso se extendía también a la tierra: era el año sabático, cada siete años. Práctica agrícola del barbecho, era igualmente la ocasión de redistribuir la tierra: obra de justicia.

El sábado comienza el viernes por la tarde, al ponerse el sol, y acaba el sábado de noche cerrada. Está marcado por la prohibición de trabajar. El Talmud llega a enumerar hasta 39 tareas prohibidas. Hoy, en el Estado de Israel, es un día de paro; no hay transportes públicos; se cierran las tiendas, las escuelas, las oficinas.

Para el sábado, los judíos piadosos se reúnen en la sinagoga en donde tiene lugar una lectura en público del Pentateuco o de los extractos de los Profetas. Predica el rabino.


10. Las prescripciones alimenticias
Lo mismo que el sábado, las prohibiciones y las reglas relativas a la alimentación forman parte de la existencia habitual de los judíos. Se derivan de las leyes descritas por el Levítico (7, 8 37), que definen los límites entre lo permitido y lo prohibido. Pero, más allá del ritualismo, hay que comprender su sentido profundo. La finalidad esencial es devolver a Dios lo que le corresponde, guardar la parte reservada para él, es decir, la parte sagrada, como la sangre. Socialmente, se trata de preservar la identidad del pueblo elegido. Sus prácticas alimenticias, vitales, tienen que distinguirle de sus vecinos, de los idólatras. Finalmente, hay en ello una preocupación de justicia: no hacer sufrir a los animales.

Están primero las reglas para matar a los animales, muy numerosas. No hay que anestesiar al animal, sino sacrificarlo con un cuchillo controlado perfectamente afilado. So pena de nulidad, la traquea y el esófago tienen que ser cortados en un punto preciso. Para ello, existen matarifes juramentados, controlados por comisiones rabínicas.
Todo lo que se refiere a la carne -criatura viva- es especialmente riguroso. Está autorizada kaser sólo la carne de los rumiantes de pie hendido (bovinos, cabras, ovejas), la de las aves de corral, pichones y palomas, la de los peces con escamas y aletas. Está prohibida la carne de los demás (camellos, liebres, puercos, mariscos, anguilas...). Más severamente aún, la grasa y la sangre: « El que coma de una sangre cualquiera, será separado de su pueblo» (Lv 7, 27). Finalmente, está prohibido mezclar la carne con la leche.

Durante las fiestas se aplican unas prescripciones particulares, para recordar los orígenes. Así, en Pesah, sólo está permitido el pan ázimo, es decir, sin sal ni levadura, como en la salida de Egipto. También se prohíben entonces todo alimento o bebida fermentada.

La distinción entre lo puro y lo impuro explica también ciertos ritos.



11. La purificación
Es impuro todo lo que pone en contacto con la muerte o la anuncia; igualmente, todo lo que recuerda la corrupción y, por semejanza, el cambio. Hay que preservarse de ello por los ritos de purificación.

De ahí la multiplicidad de lavatorios, baños, abluciones. Las enfermedades, las menstruaciones, el parto: ésas son las grandes causas de impureza, debido a los «derrames». Hay que purgarse de ellos con sacrificios de animales, con aspersiones de sangre o, más sencillamente, «fregándose las manos, bañándose en agua, lavando los vestidos...» (Lv 15, 5).

Hay baños rituales que marcan la víspera de la boda para las jóvenes; y otros de conversión para los neófitos, así como para el final de las reglas.

Todas estas obligaciones rituales y estas fiestas sólo pueden comprenderse en referencia con los fundamentos mismos de la fe judía: lo absoluto de un Dios de alianza, a quien el hombre se lo debe todo; la originalidad del pueblo judío, aliado y testigo de ese Dios; y la distinción entre lo profano y lo sagrado, es decir, el terreno de un Dios tres veces santo.

Las oraciones, los ritos y las fiestas jalonan la jornada y el año del creyente, recordándole su historia y su caminar incesante, bajo la mirada de Yahvé, desde las tinieblas a la luz, desde la esclavitud a la liberación.


12. Las Fiestas
La primera del año era la de Purim (suertes) celebrada en torno a nuestro primero de marzo en conmemoración de la liberación de los judíos de manos de Hamán, según narra el libro bíblico de Esther. La segunda era la Pascua celebrada el 14 de Nisán (cerca de nuestro inicio de abril) en memoria de la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. Su importancia era tal que los romanos solían liberar un preso en esa fecha, de acuerdo a la voluntad del pueblo. A continuación de la Pascua, y en asociación con ella, tenía lugar la Fiesta de los Panes sin levaduradurante siete días. En tercer lugar, los judíos celebraban la festividad de Pentecostés que tenía lugar cincuenta días después de Pascua, cerca del final de mayo. Se conmemoraba en ella la entrega de la Ley a Moisés, así como la siega del grano del que se ofrecían en el Templo dos de los llamados "panes de agua".

A continuación nos encontramos con el Día de la Expiación que, en realidad, consistía más en un ayuno que en una fiesta. Era el único día, como ya vimos, en que el Sumo sacerdote podía entrar en el Santísimo para ofrecer incienso y rociar la sangre de los sacrificios. Tras realizar estos actos, se soltaba un macho cabrío al desierto que llevaba, simbólicamente, la culpa de la nación, y se sacaban fuera de la ciudad los restos de los animales sacrificados en holocaustos. Durante el día se ayunaba y oraba de manera especialmente solemne.

Cinco días después tenía lugar la fiesta de los Tabernáculos o Cabañas, cercana a nuestro primero de octubre. Se conmemoraba con ella la protección de Dios sobre Israel mientras vagó por el desierto a la salida de Egipto y servía asimismo para dar gracias a Dios por las bendiciones recibidas durante el año. Durante esta festividad, era costumbre que la gente viviera en cabañas improvisadas, y situadas a no más de una jornada de sábado de Jerusalén, en recuerdo de la experiencia pasada de Israel. Los dos actos religiosos principales eran el derramamiento de una libación de agua, realizada por un sacerdote usando una jarra de oro con agua del Estanque de Siloé, y la iluminación del Templo mediante cuatro enormes lámparas que se situaban en el patio de las mujeres.

Finalmente, nos encontramos con la Fiesta de la Dedicación (a mediados de nuestro diciembre, aproximadamente) que conmemoraba la restauración y rededicación del Templo realizada por Judas Macabeo. Durante esta fiesta era común leer los libros I y II de los Macabeos. Sólo comprendiendo la importancia del Templo podemos entender algunos de los datos que nos han llegado en el Nuevo Testamento y en otras fuentes. El primero es la aversión existente entre los judíos y los samaritanos. Estos, a los que no nos referiremos en esta obra por tener una importancia muy tangencial, pretendían ser seguidores de Moisés y consideraban el Pentateuco como revelación divina, con algunas variantes textuales. Esperaban a una especie de mesías conocido como "taheb", pero adoraban a Dios en otro santuario situado sobre el monte Gerizim.

Aquel estado de cosas era más que suficiente para indisponer entre si a ambos pueblos. Los judíos ni siquiera osaban pasar por Samaria en sus viajes a Jerusalén y los samaritanos no perdían ocasión, como pudimos ver en parte al estudiar el contexto histórico, para hostigarlos.